1.922: Los fascistas toman el poder

Con todo ello aún se desprestigiaba más a la “coalición de Weimar” y se alentaba a los Partidos Políticos que propugnaban el incumplimiento del “Tratado” (Diktat para los que se oponían al mismo) de Versalles y la remilitarización alemana. A la muerte de Pedro Iº le sucedió su hijo Alejandro Iº, que poco a poco fue convirtiendo el Reino de los Servios, Croatas y Eslovenos en una dictadura. Se comenzaron a establecer pactos defensivos bilaterales entre dicho país, Checoslovaquia y Rumania, que se conoció como “pequeño entente”, y también con Polonia -aunque ésta no se integró formalmente- impulsados por Francia, que intentaba, como había hecho históricamente, potenciar su protagonismo al Este de Alemania, tanto para impedir la expansión de ésta como la de la revolución comunista. Se fundó el Partido Comunista Chino. Entró en vigor una nueva Constitución para la India. Suponía la descentralización del poder, transformando los Consejos Legislativos en auténticos Parlamentos. El central se hizo bicameral. Sin embargo el virrey continuaba con derecho de veto. Se excluyeron de sus debates materias que pudieran ser conflictivas, como los presupuestos militares. El Gobierno hindú no debía rendir cuentas al Parlamento de la India, sino al de Londres. En las provincias se dividieron los Departamentos en “reservados” (como los relacionados con la defensa, la política internacional, con los principados, las comunicaciones, aduanas, comercio, Banca y Derecho Penal, cuya autoridad se reservaba al Gobernador británico) y transferidos, como la enseñanza, sanidad, obras públicas, agricultura o industria, que sí estaban sometidos a control democrático, lo que se conoció como diarquía.

Si lo que se pretendía con ello era ir cediendo, poco a poco, competencias, preparando a la población para una ordenada “independencia”, dentro del imperio, sólo se consiguió dividir a la población, entre burócratas, miembros de las juntas ejecutivas, Gobiernos y quienes les apoyaban, quienes se beneficiaban, de una u otra forma, de la situación colonial, por un lado, y los nacionalistas y opinión pública por otro. En 1.922 también desapreció el sultanato en Marruecos. Un dólar equivalía a 1.667 marcos alemanes, y la inflación llegaba al 70%, mientras los salarios subían el sesenta. Lloyd George, cada vez más influido por las tesis de Keynes, comenzó a comprender las dificultades que el Tratado de Versalles suponía. La economía internacional necesitaba una Alemania estable. Y, del mismo modo, la situación política. Históricamente la estrategia británica había consistido en mantener el equilibrio de poderes en Europa, y dicho Tratado lo desequilibraba del lado francés. Aristide Briand también estaba inquieto, tanto por los intentos revolucionarios como por el auge del extremismo nacionalista en Alemania. De modo que también era proclive a promover la estabilidad de dicho país. Además le preocupaba la depreciación del franco, por lo que comenzó a plantear la dulcificación de las exigencias a Alemania, para que se iniciasen los pagos lo antes posible. Pero, para ello, sobre todo ante su opinión pública, necesitaba un acuerdo de defensa mutua frente a una posible agresión futura alemana.

A tal fin, en enero, se reunió en Cannes una Conferencia con participación de Gran Bretaña y Bélgica. Sin embargo la situación política en Francia también estaba exacerbada, por lo que el Presidente de la República, antes de la conclusión de dicha Conferencia, lo llamó a París, para informarle que estaba destituido. El Parlamento nombró al exaltado Poincaré para sustituirle, de quien se esperaba que se mantendría firme contra Alemania y contra las presiones británicas. En ello obtuvo el apoyo de Bélgica y de Italia. Rathenau, Ministro de Asuntos Exteriores alemán, e importante empresario de origen judío, consideraba que su misión consistía en conseguir ampliar sus mercados, tanto para asegurar el suministro de materias primas baratas como la venta de sus productos industriales, así como reducir o retrasar el pago de las indemnizaciones de guerra que habían impuesto a su país. Con tal objetivo firmó en abril el Tratado de Rapallo, cerca de Génova, con la República Socialista Federativa Asamblearia de Rusia. Ambas repúblicas se reconocían mutuamente (ninguna otra nación había aceptado aún a la República Soviética) renunciaban a las reparaciones de guerra y fijaban un acuerdo de comercio bilateral. Para el régimen bolchevique fue un triunfo político, para Alemania un tremendo desahogo económico. Para ambas una admirable demostración de realismo y análisis objetivo. Los vencedores occidentales montaron en cólera, porque suponía obstruir su estrategia de asfixiar a los revolucionarios soviéticos.

La extrema derecha alemana simplemente asesinó a Rathenau, por más que antes hubiese financiado a los Freikorps. El terrorismo de la extrema derecha había causado 354 asesinatos, mientras que los asesinatos atribuibles a radicales izquierdistas serían unos veintidós. La República Alemana promulgó leyes excepcionales, algo que los socialdemócratas no habían hecho, a pesar de las circunstancias realmente difíciles que había debido superar. Como decía Lenin no hay nada más contrarrevolucionario que una revolución fracasada: y esa era la consecuencia de la derrota de la República de los Consejos (Asamblearia o Soviética, según traduzcamos) de Baviera por los “Cuerpos (o Compañías, al estilo de las de Beltran Duguesclin) Libres” o Freikorps. También debía Alemania demostrar a las potencias vencedoras que le era imposible pagar las indemnizaciones impuestas. Lo intentó en mayo, en una Conferencia en Génova (que ya es estaba negociando desde antes, durante cuyas negociaciones se gestó el Tratado de Rapallo) sin conseguirlo. Gran Bretaña llegó a la conclusión de que no merecía la pena mantener el dominio irlandés por la fuerza. Sin embargo se encontraba con la oposición de los colonos escoceses afincados allí, que se negaban a aceptar la independencia de la isla.

Así que, pretendiendo evitar mayores conflictos en el futuro, 6 de los 9 condados del Ulster, en el Norte, de mayoría escocesa y protestante, y también los más industrializados, comercial y económicamente productivos, y más densamente poblados, gracias al apoyo que habían recibido de la metrópoli (los imperios siempre reaccionan igual ante los intentos separatistas: dividir a la población entre los sumisos a los que se beneficiaba, y los independentistas a los que se debía exterminar; así actuarían con Pakistán y la Unión India, Israel y Palestina, y en tantas otras colonias) permanecerían en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, y el resto, la mayoría de la isla, pasaría a ser un dominio, que se denominaría Eire o Estado Libre de Irlanda. Semejante “solución”, como suele ocurrir en estos casos, no satisfizo a nadie. Si Lloyd George pretendía apuntarse un triunfo, las elecciones le demostraron su error, confiriendo la mayoría absoluta al conservador Stanley Baldwin, a pesar de una poderosa ascensión del Partido Laborista, el segundo en número de votos, debido al malestar social reinante. El 2 de agosto, sindicalistas e izquierdistas convocaron en Italia una huelga general contra la violencia fascista. Los escuadrones de camisas negras consiguieron disolver las concentraciones, aterrorizar a gran número de trabajadores, que no se atrevieron a dejar el trabajo, o volvieron a él tras haberse sumado a la huelga. También ocuparon ayuntamientos y ciudades, como Génova, Parma o Trento. Mussolini proclamó que dicha huelga general había sido “el caporetto” (significando la derrota, en comparación con dicha batalla) de la izquierda italiana.

Enardecido por tal éxito, el 24 de octubre concentró en Nápoles a 40.000 camisas negras, iniciando la “marcha sobre Roma”. El Gobierno apostó al ejército para impedirles el paso, pero el rey, que simpatizaba con Mussolini, arguyendo que los militares le habían comunicado que se opondrían a que se disparase contra los fascistas, le prohibió hacerlo. Estúpidamente el Gobierno dimitió por ello, de modo que el rey se lo entregó a Mussolini, que se vio obligado a escoger Ministros de una coalición en al que se encontraba en minoría: era el antecedente directo de lo que imitaría Hitler un decenio después. Utilizó el plebiscito, imitando a Napoleón, para modificar las leyes con la oposición del Parlamento. Sustituyó a los sindicatos por corporaciones gremiales, controladas por los fascistas. Se amplió la superficie cultivable y se eliminó el foco infeccioso de los pantanos Pontinos, al desecarlos. Se incrementó la producción agraria. Los trenes italianos comenzaron a llegar con puntualidad. Se produjo un incremento constructivo, en parte propulsado por el Estado, siguiendo las tesis keynesianas, y que imitarían tanto Hitler como Franco como Roosevelt, en su New Deal, o “Nuevo Contrato, Negocio”, “Nuevo Trato”, de resonancias de tahures pero también bíblicas (Nueva Alianza, Nuevo Testamento) y Kennedy, con su “Nueva Frontera”. Il Duce (“El Dux”, como los de Venecia, “El Duque”, “El Conductor”, “El Guía”, “El Jefe”, “El Adalid”, “El Alferez”, “El Caudillo”) abandonó su anticlericalismo, al tiempo que su apariencia revolucionaria, comprendiendo que su consolidación precisaba el apoyo de los conservadores.

Así que llegó a un pacto o Concordato con la Iglesia Católica (Hitler, que nunca abandonó su anticlericalismo, y Franco también lo harían) que se había negado a hacerlo con los liberales, a reconocer al Estado italiano durante más de medio siglo, en la iglesia de Santa María de Letrán. El Vaticano y la residencia veraniega de Castelgandolfo pasaban a ser propiedad soberana del Papa. Italia dejó de ser aconfesional al reconocerse el catolicismo como religión oficial. La enseñanza religiosa se hizo obligatoria y la Iglesia Católica volvió a quedar autorizada a impartir enseñanzas regladas, las distintas a las profesionales, las que había impartido San Juan Bosco sin ninguna normativa, como “oratorios festivos”, ya que se realizaban los domingos y se les daba de merendar a los niños. Y todo ello sin necesidad de jurar acatamiento a la Constitución, como siempre habían exigido los liberales. A cambio Mussolini obtuvo el apoyo del eclesiástico Partido Popular, antecedente de la futura Democracia Cristiana, así como de los conservadores. Con lo que, de ser un pequeño Partido, los fascistas se convirtieron en el núcleo de la mayoría gubernamental. Igualmente utilizó la demagogia expansionista para atraerse apoyos ultranacionalistas, indicando que pretendía restaurar el Imperio Romano. En este sentido consiguió que el Reino de los Servios y los Croatas le entregase Riyeka, Fiume para los italianos. Mediante negociación con Turquía y los reinos de Hungría, Bulgaria y Grecia, logró el “Protectorado” de Albania. Polonia entró en conflicto por la frontera con Lituania, en la zona de Vilna. Se solucionó mediante un plebiscito (lo que no se admitió respecto de la disputa con los soviéticos, ni tampoco en las ciudades alemanas entregadas a Bélgica) por el cual Polonia se anexionó dicha zona.

En el Sur también se enfrentó a Checoslovaquia por cuestiones fronterizas: estaba creando el ambiente para que también quisiesen emplear la violencia los que no estaban conformes con sus fronteras. A finales de año un dólar equivalía a 7.592 marcos alemanes. Lenin, que empeoraba de su apoplejía, sobre todo a partir de un ataque terrorista de una socialdemócrata, que le acusaba de haber escindido dicho Partido (pretendería coserlo, aunque no empleó para ello navajas triperas, puñaladas por la espalda, como en otros casos, sino una pistola) y radicalizarse, y disolver el Parlamento burgués y concentrar el poder en los Soviets o asambleas de Partidos Políticos de izquierda y sindicatos, con lo que éste pudo impedir un pacto de socialdemócratas y liberales que habría repetido el fracasado Gobierno de Kerensky. En dicho ataque, al parecer, también estuvieron implicados elementos sionistas, sospechándose de los médicos, que se creyó que no lo habían atendido con eficacia, lo que le produjo una obsesión (que se superponía a la alianza de la minoría sionista del Partido Socialdemócrata con la facción minoritaria, menchevique, que impidió que consiguiese imponerse el ala mayoritaria, bolchevique, dominada por Lenin) que sería antecedente, aunque sin ninguna semejanza, para los comportamientos de Stalin y Hitler. Así que, ocultándolo a la opinión pública, abandonó el Gobierno y, con su esposa, se retiró a la pequeña ciudad de Alma Ata, a medio camino entre Moscú y los Urales.

Stalin, Comisario del Pueblo para las Autonomías, dado que su cometido era viajar, controlar la situación de las repúblicas federadas y autónomas para que no se desmarcasen, y tenía menos responsabilidades ejecutivas, se convirtió en su interlocutor. Le informaba de la situación del país y llevaba sus recomendaciones al Gobierno. De esta modo podía engañar a ambas partes, tergiversando ambas informaciones, en su propio beneficio. La lucha, soterrada, por el poder, se inició de inmediato entre los dos más eficaces colaboradores de Lenin. Trostki contaba con todo el apoyo popular. Había sido el mejor orador, el más extremista, del Parlamento de la República de Rusia. Aunque, en contra de los análisis y deseos de Lenin había apoyado al Gobierno de Kerensky protegiéndole de los golpistas y sediciosos militares, el pueblo no lo consideraba erróneo ni negativo. Había conseguido que, desde una posición minoritaria, los bolcheviques se impusieran en las decisivas elecciones sindicales y, a partir de ellas, de los soviets. Era el artífice material de la revolución soviética, de la formación, adiestramiento y eficacia de la Guardia Roja y, a partir de ella, del Ejército Rojo. Y el triunfador de la guerra civil. Además su espíritu romántico y capacidad literaria, oratoria, le ganaba muchas voluntades. Era el único que se oponía continuamente a las propuestas de Lenin, aunque terminaba accediendo por disciplina, en bien de la unidad, y por espíritu democrático, al no ser apoyado por sus compañeros. Así que éste temía que aprovechase la debilidad de su enfermedad para imponer sus ideas, que no compartía. Por ejemplo la revolución permanente o la expansión revolucionaria al resto del mundo.

Lenin analizaba, con visión más práctica, realista, que había que consolidar lo que se había conseguido, dar seguridades, garantías, a las grandes potencias para conseguir acuerdos con ellas, que dejaran de apoyar a los contrarrevolucionarios, dar respiro al pueblo y mejorar la situación económica, disfrutar de las ventajas de la revolución. Trotsky, desde una visión teóricamente irrefutable, sostenía que la revolución no podía mantenerse en los límites de la República Socialista Federativa Asamblearia de Rusia, porque así terminaría fracasando. Y que las potencias capitalistas no tendrían otro objetivo que acabar con la revolución, antes o después, que había que llevar la contradicción, el enfrentamiento proletario, a los propios núcleos capitalistas, porque en tales circunstancias les sería imposible apoyar la guerra civil en la República Socialista de Rusia y llevar a ésta sus tropas. Stalin simplemente carecía de ideas. Pero nunca discutía. Quizás por su experiencia como seminarista, hasta que fue expulsado, de la Iglesia Ortodoxa Gueorguiana; obedecía sin rechistar, actuaba ocultamente, era un magnífico organizador, se rodeaba de personas de su misma calaña, igualmente obedientes, eficaces y carentes de escrúpulos. Era hipócrita, nadie conocía sus auténticas intenciones, y había tejido una inmensa red de espionaje interno. Lenin, obsesionado por las insurrecciones contrarrevolucionarias o extremistas, anarquistas, el terrorismo y el caldo de cultivo que suponía una población cuyas necesidades básicas no estaban siendo cubiertas, la creía necesaria, imprescindible, confiaba en dicha labor. Y nadie mejor que Stalin para los trabajos sucios.

Le había encomendado las acciones terroristas, el asalto a Bancos como forma de financiar el Partido (hoy los Partidos de la casta asaltan a los ciudadanos, a los más pobres, con el mismo objetivo, repartiéndose las ganancias con la Banca: o sea, no los bandidos generosos sino los bandidos avariciosos) la concesión de independencia, de autonomía, en las zonas donde el triunfo comunista parecía imposible, y escribir un libro sobre “El Socialismo en un sólo país”. En dicho libro se basaron los fundadores del Partido Obrero Alemán Nacional-Socialista, si bien desde tesis totalmente anticomunistas, que trataban de cortarle el paso a la revolución soviética prometiendo lo mismo, con los mismos métodos, pero sin lucha de clases, sometiendo a los capitalistas mediante amenazas y promesas pero sin acabar con el capitalismo, aunque Hitler consiguió transformarlo en algo muy distinto. Es decir: todo lo que Lenin sabía que él no podía hacer sin comprometer su futuro político y el de la revolución, que le acusasen de oportunismo, como él había hecho con otros dirigentes, por ejemplo los socialdemócratas alemanes. Stalin también había triunfado en todo lo que se le encomendó. Además, al contrario que el resto de dirigentes soviéticos, que procedían de ambientes burgueses o pequeño burgueses, era el único de extracción social baja, realmente proletaria, conectado con el mundo agrícola, rural, con un padre alcoholizado que le daba tremendas palizas, que él aceptaba sin rechistar evitando que golpeara a su madre, una auténtica beata fanática religiosa que lo metió en el seminario de su Gueorguia natal cuando se quedó viuda.

De modo que de ninguna manera se podía prescindir de él. Así que a Lenin se le ocurrió utilizar a ambos para que se controlasen mutuamente, pero sin asignarles ningún puesto destacadamente protagonista: el ejército y el espionaje interno, el control policíaco. Una vez que los soviéticos habían reconquistado toda Siberia, antes de entrar en conflicto con ellos, Japón evacuó Vladivostok. Sucesivas revoluciones o invasiones directas en Repúblicas desgajadas del antiguo imperio ruso se aglutinaron en la que se denominó Unión (obsérvese el nombre impreciso, a imitación de lo que se había hecho en Estados Unidos) de Repúblicas Socialistas Asamblearias. Los británicos designaron a Fu’ad Iº rey de Egipto y Sudán. Para consolidar su poder frente a los británicos promulgó una Constitución y convocó elecciones. Sin embargo triunfó en ellas el Partido Nacionalista (obsérvese la semejanza con lo ocurrido durante la mal llamada “primavera árabe”, porque ni fue árabe, sino más bien norteafricana, ni primavera, puesto que acabó en inmensos derramamientos de sangre, terrorismo y dictaduras) lo que consideró un peligro.

Teniendo en cuenta la evolución de su país, la consolidación de la revolución soviética, la evolución de ésta en la “Nueva Política Económica”, que significaba reducir la radicalidad comunista ante las necesidades socio-económicas de la situación de práctica guerra civil, y la renuncia por parte de ésta a los Tratados desiguales respecto de China, y el desmembramiento del país causado en la práctica por los señores de la guerra, en alianza con las potencias extranjeras, Sun Yat-sen se declaró dispuesto a colaborar con el Partido Comunista Chino, por entonces súbdito sumiso y admirador del único modelo triunfante, aunque aún de futuro impreciso: el soviético. Ante el fracaso del plan aliado para coordinar la explotación internacional de China se llevó a cabo una Conferencia internacional en Washington, en la cual la presión de las potencias occidentales obligó a Japón a renunciar a importantes concesiones, mejorando la situación china. Aún así Japón conservaba una gran influencia sobre dicho país. La Conferencia “aprovechó” para que Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y Francia se repartiesen las áreas de influencia en el Pacífico y el Este asiático. Estos acordaron que las 9 potencias mantendrían una política de “puertas abiertas” con respecto de China, lo que significa que imponían el “libre mercado”, sin opción a que la República China pudiera escoger su propio camino, que no dejaban de considerarla un territorio colonial. Japón, cuyos partidos políticos exigían el fin de la política imperialista, antes de que desembocara en un costoso enfrentamiento, como la Iª Guerra Mundial había demostrado que era factible, se vio obligado a ceder ante dicha Conferencia, devolviendo Chandong y Kingdao a China.

Pero el emperador y los militares comenzaron a considerar si el coste de los partidos políticos, del parlamentarismo, era la renuncia a dicha expansión imperial, y si merecía la pena soportarlo. A cambio consiguió la garantía de las otras 4 potencias (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e Italia) sobre las posesiones de cada una de ellas (excepto Italia, que participaba de figurante, ya que carecía de posesiones en dicha zona) en el Pacífico, incluyendo las colonias conquistadas a Alemania. Sin embargo el objetivo final de dicha Conferencia era la limitación de las Flotas de guerra. Se acordó que las dos primeras podrían mantener el máximo tonelaje de desplazamiento, dado que ambas debían operar en más de un océano. Suponiendo que éste fuese 100, Japón tendría el equivalente a 60, y 35 Francia e Italia. En Japón trabajaban en el sector primario (agricultura, explotación forestal, ganadería y pesca) 14’8 millones de personas, y 4’9 en industria y minería. Para el imperio nipón la limitación del potencial marítimo no era admisible. Sin embargo terminó cediendo: de todos modos habían conseguido añadir 310.000 km2 (incluyendo a Corea) a los 370.000 metropolitanos, y con garantía internacional. En enero de 1.923, ante el retraso en las entregas de carbón, madera y postes de telégrafo, como pago de las indemnizaciones de guerra por parte de Alemania (posiblemente con la intención de presionar para que se negociase su reducción) Francia envió comisiones de ingenieros a la cuenca del Ruhr protegidos por tropas francesas y belgas. Los sindicatos reaccionaron convocando a la huelga y la resistencia pasiva.

También se produjeron actos de sabotaje, todo lo cual fue exagerado por los nacional-socialistas, que propagaron la leyenda de una resistencia armada popular por la integridad de la Patria. El ejército invasor actuó muy mal, con mucha violencia contra los obreros que se negaban a trabajar, violentándoles cualquier derecho, lo que sería imitado por Franco para reprimir la huelga general revolucionaria de Asturias de 11 años después. Los ferroviarios, que no se habían sumado a la huelga, fueron obligados a sustituir a los huelguistas. Con ello se retrasaron los transportes, y la entrega del carbón obtenido. Se optó entonces por emplear a los soldados en las fábricas, lo que tampoco dio el resultado apetecido. En cambio había aumentado la hostilidad entre el pueblo alemán y el francés, y el radicalismo de sus nacionalistas. En julio un dólar equivalía a 350.000 marcos. En agosto a 4 millones de marcos. Es posible que fuese en buena medida una estrategia gubernamental para así minimizar el pago de las indemnizaciones de guerra, que se había cuantificado en marcos. De ser así la realidad es que se les escapó de las manos. Todos los ahorros se evaporaron. Nadie pagaba sus deudas. En parte porque no podían. Pero, además, cualquier reclamación era absurda, porque, tras un proceso judicial, el coste del mismo superaría al nominal de la deuda reclamada. En tales circunstancias los Bancos dejaron de operar, y las operaciones comerciales, la inversión empresarial, desaparecieron. Y también, por los mismos motivos, la recaudación fiscal.

La crisis originada llevó a constituir una amplia coalición de Gobierno, en la que se integró nuevamente el Partido Socialdemócrata, aunque la cancillería correspondió a Stresemann, fabricante de cervezas y fundador del Partido Popular, cuando el Partido Demócrata se negó a admitirlo entre sus dirigentes. Con una visión pragmática, decretó el estado de emergencia, ordenó el final de la resistencia pasiva y pidió la intervención de las potencias vencedoras occidentales para controlar las industrias de la cuenca del Ruhr, evitando que Francia y Bélgica se anexionasen los territorios ocupados o se beneficiaran en exclusiva de ellos. Francia reaccionó exigiendo el pago de las indemnizaciones de guerra en oro, algo que no estaba establecido en el articulado de los Tratados de Paz, e incitando y financiando a Partidos separatistas, que proclamaron la República de Renania. Se decretó el estado de excepción. Hitler consideró todo ello una entrega, un acto de cobardía y traición a la Patria. Los comunistas también aprovecharon lo que creyeron una oportunidad para organizar centurias proletarias en Sajonia y Turingia. Un dólar valía 160.000.000 de marcos alemanes. Un sello de correos ordinario llegó a costar varios miles de millones. Se emitieron billetes de 100 billones de marcos. Como forma de conseguir ingresos, la prostitución lo inundó todo, y el país se llenó de salas de fiesta y cabarets, donde proliferaban la nueva música de jazz. Stresemann cambió la moneda al reichmark, nuevo nombre imperial, lo que significó la ruina de la mayoría de ahorradores. No obstante consiguió estabilizar la economía y acabar con la inimaginable inflación de precios. Algunos hicieron un inmenso negocio.

Los que habían mantenido capitales, por ejemplo, en divisas extranjeras, consiguieron comprar empresas en ruina, decuplicando su patrimonio en unos cuantos años. En España, en 6 años, había habido 13 cambios de Gobierno y 30 crisis ministeriales. En ellas se fueron quemando las figuras políticas que concitaban esperanzas de estabilidad: Maura, Dato, Romanones, García Prieto, Cambó, etc.. Desde el fin de la guerra mundial terminaron los negocios fáciles, y la situación económica propulsó la agitación social. La represión de la huelga general revolucionaria llevó al terrorismo anarquista, lo que, a su vez, llevó al pistolerismo por parte de los empresarios, como “solución” contra el sindicalismo activista. Por ejemplo los somatenes. Los eclesiásticos más exaltados, como el Cardenal Gomá, de Zaragoza, justificaron e incluso financiaron dichos asesinatos. Los anarquistas le asesinaron a él. La comisión encargada de investigar el desastre de El Annual, presidida por el General Picasso (tío del pintor, aunque otra rama de la familia había castellanizado el apellido como Picazo, lo que produce confusiones en algunos textos) demoraba más y más su finalización. Se extendían rumores sobre sus descubrimientos: corrupción en el ejército, desvío de fondos, entre ellos los necesarios para el armamento y alimentación de la tropa, empleo de soldados de recluta obligatoria, sin sueldo, para construir carreteras y líneas de ferrocarril, que beneficiaban a la minería del conde de Romanones, aunque también facilitaban los desplazamientos comerciales y militares. Participación de los militares, e incluso el rey, en numerosos negocios marroquíes, que se beneficiaban del ejército. Por ejemplo, en redes de prostíbulos.

Sin embargo el informe final no debió ser especialmente acusador, puesto que el Gobierno de la República no hizo uso de él. Tal vez, una vez constituida ésta, no beneficiaba a nadie indisponerse con los militares. Tras el fin del franquismo no hay ninguna garantía de que la documentación encontrada no hubiese sido manipulada por cualquiera de las dictaduras sufridas, puesto que lo único acusador que se encontró fue un telegrama del rey con un “¡Ole tus huevos!” al General que había desobedecido las órdenes iniciando un avance espectacular pero carente de protección en los flancos, que acabó en desastre. Dicho “expediente Picasso” pasó al Congreso. Este pidió información adicional al Ministerio de la Guerra, que se negó a entregarla. Se sospechó que eso indicaba que estaba implicado tanto el ejército como el propio rey. Se convocó a sesión plenaria del Congreso para el primero de octubre, para debatir este tema. El regionalismo, tras las negativas de los sucesivos Gobiernos, se iba haciendo cada vez más extremista. En tales condiciones, el Capitán General Primo de Rivera, con el apoyo de los militares, dio un golpe de Estado el 13 de septiembre. El Gobierno de Concentración Liberal de García Prieto pidió al rey que impusiese su autoridad suprema militar, a lo que éste se negó, por lo que, estúpidamente, el Consejo de Ministros dimitió, a imitación de lo que había ocurrido en Italia. Posteriormente Alfonso XIIIº presentaría a Primo de Rivera al rey de Italia como “el Mussolini español”. Este se presentó como una “solución” transitoria, durante 90 días, “como una letra de cambio” (carta de pago entre distintas ciudades y corresponsalías) durante los cuales negociaría el abandono de Africa.

Los regionalistas confiaban en él, porque, durante el tiempo que fue Capitán General de Cataluña, con ambigüedades (como había hecho Franco respecto de las clases dominantes de Oviedo) les había hecho creer que concordaba con ellos: en realidad evitó enfrentárseles durante la época de la “Semana Trágica” de Barcelona, para impedir el menor apoyo, simpatía, por los anarquistas. Las actividades de los partidos políticos y sindicatos quedaron suspendidas. Pero pasaron los 90 días y casi todo seguía igual. Así que pidió más tiempo. Aprovechándose de que los dirigentes del PSOE estaban en su mayoría en la cárcel, como consecuencia de su participación en la huelga general revolucionario de 6 años antes, pactó con el catedrático de ética y moral Julián Besteiro, del ala derecha del PSOE, la ilegalización de todos los partidos políticos y de la Confederación Nacional del Trabajo, el sindicato anarquista, a cambio de permitir la actividad de la U.G.T., incluso su integración en Tribunales Industriales que, entre otras materias, conocerían de la negociación colectiva, y la liberación de los miembros del PSOE encarcelados. Es inconcebible que nadie que haya llegado a tal pacto con un dictador, un golpista, figure en efigie en el “corredor de los pasos perdidos” que envuelve el hemiciclo del Congreso, para escarnio de los demócratas ¿Hasta cuándo habremos de soportarlo? Largo Caballero no se opuso. Contaban con que, al destruir la C.N.T., todos los votos obreros terminasen cayendo del lado del PSOE… cuando se reinstaurase la democracia y se consiguiese el voto universal.

Pronto se descubriría el engaño, ya que en los Tribunales Industriales los empresarios y quienes les apoyaban, por ejemplo, los jueces, eran mayoría. La CNT fue reprimida en profundidad. Sus cuadros fueron apresados y se les aplicó lo que los periodistas llamaron “ley de fugas” o “paseíllo”. Consistía en decirles que los sacaban a pasear (por ejemplo, en el Parque de María Luisa, legado por la infanta, viuda de Montpensier, a la ciudad de Sevilla 11 años antes) y fusilarles por la espalda, alegando que habían intentado escapar. También los regionalistas se verían pronto frustrados. Imitando los admirables resultados de los fascistas italianos se iniciaron grandiosos proyectos de obras públicas. Por ejemplo, la red de carreteras, que continuó sin cambios durante casi cuarenta años. Y puertos y barriadas obreras. Los Gobernadores Civiles y alcaldes fueron sustituidos por militares, que cobraban doble sueldo. También se les puso al frente de muchas industrias participadas por el Estado. El 8 de noviembre, imitando la marcha sobre Roma de Mussolini, Hitler quiso imponer al General von Lossow y a Seisser,  jefe de policía, en el Gobierno de Baviera, con intención de proclamarla república independiente para, desde ella, marchar sobre Berlín. Es el llamado putsch de Munich o de la cervecería, porque, aquella noche, el Gobernador del Länder, pronunciaba en la mayor de ellas en la ciudad un discurso ante 3.000 personas, cuando, a las 8 y media, se presentó Hitler, con sus más directos seguidores, disparó al techo, se subió a una silla y gritó que la revolución nacional había comenzado, tomando como rehenes al Gobernador y a sus colaboradores, nombró un Gobierno provisional y tomaron los cuarteles.

Al día siguiente ocuparon el Ministerio de Defensa, enfrentándose con sus centinelas. Hubo dos muertos. Ludendorff, Jefe del Estado Mayor alemán a finales de la Iª Guerra Mundial, que había vuelto de Suecia, donde había huido, tal vez tratando de evitar que lo entregasen para ser juzgado como criminal de guerra, se quedó al mando de la cervecería mientras Hitler y los suyos “organizaban” la revolución. El Gobernador lo convenció para que lo dejase salir junto con su gobierno para evitar derramamientos de sangre. Viéndose ya en el nuevo gobierno accedió, tal vez pensando que podría ser un aliado en el futuro, que le agradecería el favor y podría confiar en su palabra de militar y caballero, aristócrata. Con ello permitió que se organizase la reacción. Encabezó una manifestación, junto con el bisexual aristócrata Göring -superviviente del “Circo (así llamado porque, cuando recibieron la orden de camuflar de verde a sus aviones, los pintaron de los más llamativos colores) volante” del “Barón Rojo” (porque pintó su avión de dicho color) Manfred von Richthoffen, aunque despreciado por sus compañeros de armas- y Hitler. La policía les cerró el paso y comenzó un tiroteo. No se esperaba que pudiesen disparar contra tales personalidades militares. Hubo 20 muertos. Hitler y Göring fueron heridos. Este en la pelvis, pero pudo huir, ayudado por una familia judía, que le administró morfina, adicción que le duraría de por vida. Hitler quiso suicidarse ante su fracaso.

Junto con Hess fue condenado a cinco años de cárcel por alta traición, aunque, según algún periódico, el tribunal consideró que habían actuado por espíritu puramente patriótico y guiados por los más nobles y desinteresados propósitos. Ludendorff, en cambio, fue absuelto, considerando que sólo participó en una manifestación. Röhm y Frick, que sí fueron considerados culpables, no recibieron ninguna condena. Por hechos comparables, durante la República Soviética de Baviera, fuero fusilados, asesinados, sin previo juicio, multitud de dirigentes comunistas. Entre ellos, en Berlín, de una paliza, y luego arrojada a un canal, Róza Luksemburg, a pesar de que se había opuesto a tan peligrosa aventura, y su esposo legal, de conveniencia, para conseguir la nacionalidad alemana, dirigente del Partido Socialdemócrata Alemán. En esta incoherencia Hitler sólo cumplió un año de cárcel, por buena conducta, permitiéndosele visitas sin límites de tiempo ni horarios, de lo que daban cuenta los periódicos, lo que le sirvió de propaganda, para presentar su encarcelamiento como injusto. Es como la denuncia por prevaricación contra el juez Baltasar Garzón por Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalistas, por haber investigado los crímenes terroristas, genocidas y de lesa humanidad cometidos, entre otros, por dicha organización terrorista a la que no se ha declarado fuera de la ley alegando que está amparada por la Ley de Amnistía, cuando la Declaración de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas prohíbe la amnistía, indulto, prescripción o perdón a los terroristas.

En el tiempo de prisión, Hitler escribió “Mi Lucha” (Mein Kampf) en la que contaba su vida, de forma propagandística, y su ideología. La cárcel y el intento de golpe de Estado no sólo no mermó su popularidad, sino que le hizo propaganda, así como su libro. Es como el Partido Popular, que mientras más demuestran los tribunales su corrupción, cómo han ganado ilegalmente elecciones haciendo uso de formas ilegales de financiación, a las que otros Partidos Políticos no han tenido acceso, más votos escriben en las encuestas que van a conseguir. Mientras se pone en duda que el crowfunding de PODEMOS, con aportaciones de 5 euros, por ejemplo, sea legal, a un Partido Político que no está en el poder y no puede chalanear corruptelas.

O que se obligue a Pedro Sánchez a poner en conocimiento de los traidores que lo arrojaron del poder la identificación de quienes le financian, para que Susana Díaz pueda tomar represalias contra ellos por “ayudar al enemigo”, el anterior Secretario General al que ella traicionó. El Partido Socialdemócrata planteó una crisis de Gobierno por todos estos hechos y recuperó la cancillería, dentro de la misma coalición. Sin embargo Stresemann permaneció en el Gobierno, como Ministro de Asuntos Exteriores, lo que permitió avanzar en la política de destensión, y plantear en términos diplomáticos la revisión de las indemnizaciones de guerra. Boris IIIº, en contra del criterio de su Jefe de Gobierno, Stambulijski, inició la persecución de los comunistas.

Estos, dirigidos por Georgi Dimitrov (que intervendría en la última guerra civil española) replicaron organizando un sangriento golpe de Estado, que fracasó, terminando la atípica colaboración con el Gobierno monárquico, sólo reproducida en Nepal, en plena guerra civil contra la revolución republicana encabezada por los maoístas. Acabó la guerra greco-turca. Los nacionalistas turcos consiguieron recuperar parte de los territorios que se les había desgajado. Para Grecia supuso un coste económico que tardó muchísimo en contrarrestar, lo que conllevó una gran inestabilidad política, sucediéndose reiteradas abdicaciones reales, dictaduras y proclamaciones republicanas.

En 1.924, en el primer congreso general del Kuo-Min-Tang se aprobaron los tres principios básicos (unidad, derechos fundamentales y prosperidad) del pueblo, a propuesta de Sun (apellido familiar) Yat-sen, deformación cantonesa de “Renovación diaria”, uno de los preceptos confucianos. A raíz de ello el Partido Comunista Chino se adhirió al Kuo-Min-Tang, en lo que llamaron Frente Popular, originando una nueva estrategia comunista en tal sentido, que terminaría fracasando, lo que haría oponerse a ella Stalin, incapaz de analizar las diferencias entre diversas situaciones. Asesores soviéticos, como Borodin, reorganizaron rigurosamente el Partido y el ejército, siguiendo el modelo bolchevique. Con tal perspectiva se fundó la Academia Militar de Ujampoa, a cuyo frente se puso a Chang Kai-chek. El Kuo-Min-Tang realizó grandes esfuerzos para atraerse a obreros y campesinos. Los liberales, en coalición con los laboristas, habían conseguido desalojar del Gobierno británico a los conservadores. Pero con esto, unos y otros sólo consiguieron desconcertar y frustrar a sus bases, a sus votantes, que veían cómo tal componenda sólo servía para hacer dejación de sus planteamientos, sin comprender que también los coaligados se obligaban a lo mismo. Lo cierto es que sólo lograron que el conservador Baldwin volviese a consolidarse como Primer Ministro, y que los liberales casi desapareciesen.

Con la colaboración de Estados Unidos, que también estaba preocupado por las consecuencias internacionales del problema económico alemán, Stresemann consiguió que se formara un comité interaliado de expertos, que, bajo la dirección del estadounidense Dawes, concluyó el plan de pagos que se conoce con tal nombre. Establecía que Alemania debía recibir un empréstito internacional de 800 millones de marcos imperiales, y comprometerse a pagar 1.000 millones al año, que irían incrementándose hasta los 2.500 millones. Para ello se le obligaba a establecer un impuesto aduanero (que significaba restringir el comercio transfronterizo, lo cual tuvo como consecuencia la recuperación del mercado interior, aunque aumentando los sacrificios de la población) y emitir obligaciones sobre su industria y ferrocarriles.