0364-La herejía, cuestión de Estado

En cambio, desterró a San Atanasio por alterar la paz, y trató de introducir la herejía en Occidente, tal vez para debilitar el poder que estaba adquiriendo el obispo de Roma, quien consiguió evitarlo. Sólo las escisiones aparecidas entre los arrianos impidieron que esta secta llegara a convertirse en mayoritaria y perdurase. Siguiendo el esquema de Diocleciano, Constantino dividió el imperio en prefecturas, diócesis y pro-vincias [1] todas bajo poder imperial, es decir, militar, quedando como simbólicas, vestigiales, todas las instituciones representativas. Las basílicas [2] pasaron a ser mercados. Las fortificaciones fronterizas se habían demostrado ineficaces para detener las incursiones de las tribus bárbaras, con guerreros a caballo y población no combatiente desplazándose en carromatos. Para perseguirlos y expulsarlos hubo que incrementar la caballería. Pero semejante nuevo ejército no podía improvisarse. Así que Constantino acudió a mercenarios germanos. Además sus tribus podrían servir como primera línea de defensa por delante de la frontera. Con ello consiguió la pervivencia del Imperio de Occidente, mal que bien, más de siglo y medio más.

Pero los bárbaros cada vez exigieron mayor paga y más poder, eran crueles con las tribus enemigas pero permisivos con las emparentadas, y proclives al soborno, con lo cual la frontera se hizo permeable. Los asentamientos bárbaros aumentaron y el poder de éstos en el ejército terminó poniendo y deponiendo augustos, hasta que, finalmente, acabaron con la pantomima imperial. Ante la dificultad de controlarlos y recaudarles contribuciones, Constantino sustituyó los impuestos sobre las rentas por impuestos sobre las propiedades, independientes de las cosechas y los precios de venta. Es decir, un nuevo retorno al poder aristocrático, antecedente del feudalismo. Poco después del Edicto de Milán se comenzó a construir el templo de San Pedro, sobre su presunta tumba, en el Monte Vaticano [3] fuera de las murallas de Roma, mediante expolios de partes de templos “paganos” y ricos edificios romanos, completándose en el 326. Esto significaba que sus columnas eran de distintas alturas, igualándolas con la impostura de un suplemento impuesto, denominado imposta. En Sicilia se habían construido los mayores templos griegos. Se dieron cuenta que su estilo arquitectónicos los hacían oscuros si se aumentaban excesivamente sus dimensiones.

Así que se decidió suprimir las pareces externas, para conseguir mayor luminosidad y ventilación. Y hacerlos alargados y estrechos, lo cual presentaba escasa resistencia a los terremotos. Y también para su ampliación. Así, en el foro romano, la zona más cara del imperio, era imposible expropiar nada, salvo que se aprovechase un incendio, como hizo Nerón. De forma que muchos de sus templos se expandieron en forma acodada, de L. El tránsito de ambos brazos formaba una falsa cúpula cuasipiramidal. Esta forma se reprodujo en las basílicas romanas, y, a imitación de ellas, el templo de San Pedro. A partir de dicha estructura se desarrollaron los diseños cupulares. Cuando, tras del expansionismo imperial, los romanos decidieron hacer un templo para todos los dioses del imperio, el Panteón, tuvieron que considerar que ninguna de las estatuas que los representaban tuviese preeminencia, por lo que se decidió una planta circular y una inmensa cúpula semiesférica. Para sostener semejante vano, de formas curvilíneas, se utilizó, por primera vez, el hormigón.

Las siguientes basílicas y, con ello, el templo de San Pedro, copiaron dicho sistema constructivo, formando bóvedas de medio cañón, sostenidas por arcos, y, en el ángulo del codo, una cúpula de crucería, de donde las tomó el arte románico. Los etruscos se habían enfrentado al mismo problema de los griegos respecto del tamño de los templos. Para darles mayor luminosidad y ventilación se les ocurrió que la nave central fuese de mayor altura, rompiendo la techumbre en dos tramos a distinto nivel. Entre ellos se situaban ventanales. Por su interior discurrían galerías, que permitían la presencia de autoridades, que no quisieran mezclarse con el populacho. De esta forma el edificio podía estar completamente cerrado en su planta, y los fieles o usuarios albergarse en su interior, al contrario de lo que hacían la mayoría de los griegos, a imitación de los templos situados sobre los zigurats babilonios, cuyas liturgias presenciaban los fieles desde afuera, desde debajo de las escalinatas [4] de dichas pirámides o de los templos griegos, sus imitadores. Este diseño fue copiado por las basílicas y el templo de San Pedro. Esto obligaba a partir el frontispicio, acortándolo, adosándoles dos espacios triangulares laterales, simétricos. O a eliminarlo.

Con lo cual tenemos la fachada de todos los posteriores templos cristianos. Sólo faltaba añadirle una torre o campanario, en los diseños románicos, o dos de ellas, simétricas, en las fachas de las naves menores, para formar la tradicional iglesia gótica o barroca. El diseño de tipo etrusco permitiría, igualmente, ampliar el número de naves a cinco o más. En el 1.506 sería derribado dicho templo de San Pedro para edificar la actual Basílica de San Pedro. En el 330, sobre la antigua Bizancio, se refundó Constantinópolis, tanto por motivos estratégicos, que la Historia demostraría acertados, puesto que sobrevivió mil años más que Roma a sus invasores, como por razones religiosas, trasladando allí la capitalidad. Constantino la dotó de palacio imperial, senado, capitolio, 14 distritos urbanos y reparto gratuito de cereales al pueblo. Todo igual que Roma. Los romanos, despechados, se abrazaron al cristianismo para recuperar su antiguo poder. Constantino ofreció dádivas a los romanos que se desplazasen allí, para dar a su ciudad todo el esplendor de las grandes familias. Pero éstas, enfurecidas, se negaron a hacerlo.

Así que Constantinopla se convirtió en la gran oportunidad de los cristianos: en ella se construirían innúmeros templos de dicha religión, contraviniendo el Edicto de Milán, que prohibía que pudiesen edificarse en el interior de las murallas [5] ya que no se reconocía como religión oficial, y se prohibieron los cultos “paganos”. Es decir, la religión perseguida se convertía en religión intolerante, perseguidora. En el resto de ciudades, sin tal apoyo imperial, simplemente se terminarían ocupando las basílicas para el culto cristiano. Hasta el templo del Panteón romano, el primero con cúpula cuasiesférica de mortero, se conserva aún cristianizado. Por aquellas fechas se inicia la construcción de Zimbabwe, que, más tarde se rodearía de los más gigantescos muros de piedra que hayan existido en Africa. Eso demuestra que era un pueblo en guerra con sus vecinos. Sus más antiguas edificaciones presentan una sorprendente similitud con los templos ovales de Marib, posteriormente la capital de Saba, en Arabia, muy anteriores. Esto hace dudar hasta qué punto las relaciones de Arabia con Africa son antiguas. Se sabe que Etiopía y el reino de Saba [6] intercambiaban oro, sal, metales, esclavos, pieles y marfil.

Por el predominio de dicho comercio ambos reinos entraron en repetidas guerras, conquistándose mutuamente en periodos sucesivos. Quizás tratando de conseguir la alianza con Bizancio, los dos se hicieron cristianos. Parece indicarlo así que el registro de los bautismos, en Etiopía, se hacía en griego, sabeo y geez, el antiguo etíope, con caracteres arábigos-sabeos, añadiéndole las vocales de las que carecía originalmente dicho alfabeto, que aún emplean los sacerdotes de dicho país. Constantino desarrolló un culto palaciego, indudablemente “pagano”, que acentuaba, aún más, su divinidad, al tiempo que se presentaba como vicario de El Cristo y jefe supremo de la Iglesia Cristiana, con lo que el imperio romano terminaba su recorrido hacia atrás, iniciado cuando fracasó al encarar la revolución democrática que, como en Azenas, el desarrollo socioeconómico demandaba, reconstruyendo las antiguas teocracias. Según la leyenda se bautizó poco antes de morir. Lo que sí parece cierto es que, en el 337, se le enterró en un sarcófago cristiano. O, al menos, así ha llegado hasta nosotros. Cuando fue hecho santo por la Iglesia bizantina se completó la incoherencia con haber sido adorado como divinidad.

Ya se explicó que, desde el siglo IIIº A.N.E. los hunos habían abandonado Mongolia, convirtiéndose en un peligro para China, que debió construir una larga muralla (aunque muy inferior a la del siglo XVº) en el -214 para proteger su frontera. Derrotados finalmente por los chinos, se expandieron hacia el oeste, empujando en tal dirección a todas las demás tribus. Desde su asentamiento en el Mar de Aral, expulsaron a los alanos, conjunto de tribus mestizas, descendientes de los antiguos sármatas y los iranios, del territorio entre el río Don y el Mar Caspio. Flavio Claudio Juliano, era sobrino de Constantino Iº y nieto de Constancio Iº Cloro. Con cinco años de edad, a la muerte de Constantino, el nuevo augusto Constancio IIº, su primo, promovió un motín militar que asesinó a su familia. Se dice que, desde entonces, odió la hipocresía cristiana. Abrazó el neoplatonismo místico, en su rama teúrgica, más supersticiosa que filosófica, se creía descendiente del dios Sol, del que decía recibir visiones, y ser reencarnación de Alejandro Magno. Consideraba que los agnósticos, los cínicos y los cristianos eran todos ateos, pues negaban a los dioses clásicos.

Además consideraba el cristianismo una falsía, aduciendo las contradicciones entre los distintos evangelios y entre el monoteísmo judío y el trinitarismo cristiano. También rechazaba el judaísmo, considerando a Yajvej un Dios tribal, y no universal Se casó con una hermana del augusto, su prima, por intermediación de la cual Constancio le nombró césar. Pero no se fiaba de él, por lo que le asignó oficiales y funcionarios de su entera confianza, que, según Juliano, sólo servían para espiarle, y una guardia personal de sólo 300 miembros. Con tan escasa fuerza no tuvo más remedio que pactar alianzas con los germánicos, iniciando una nueva y peligrosa etapa. Con ellos derrotó en el 356 a los francos, dirigidos por la tribu de los salios [7]. En el 358 los reasentó en el curso inferior del Mosa y el Escalda, a cambio de colaborar en la defensa del imperio. En el 360 derrotó a los pictos [8] procedentes de Escocia, y a los escotos, que habían desembarcado desde Irlanda, rechazándolos hacia el norte, fuera de los muros de contención que atravesaban Britannia. Tal vez presionado por los ataques sasánidas, o receloso de los triunfos que estaba obteniendo, Constancio IIº le reclamó un tercio de sus tropas para enviarlas a Persia.

Estas se rebelaron, nombrando augusto a Juliano, en el 361. Este, contando con el apoyo de la aristocracia senatorial, que veía la imposibilidad de recuperar el poder bajo el cristianismo, y de las provincias balcánicas, declaró no estar involucrado en tal nombramiento, aunque no renunció al mismo, y que no era cristiano, por lo que se le conoce como Juliano IIº “El Apóstata”. Aquel año murió Constancio, y, de inmediato, Juliano sustituyó a todos sus consejeros por la aristocracia militar, promulgó la libertad de cultos y religiones, y prohibió la destrucción de los templos y la persecución y asesinato de los seguidores de las religiones no cristianas, ordenada o tolerada por sus antecesores, devolviéndoles los bienes que les habían sido confiscados y ordenando la reconstrucción de sus templos derruidos. Entre otros del templo de Jerusalem, tal vez para fomentar la discordia entre cristianos y judíos. Impuso la virtud y la caridad (que él denominaba filantropía) entre los sacerdotes no cristianos, a lo que él atribuía la expansión del cristianismo, bajo amenaza de algo semejante a la excomunión. Desposeyó a la Iglesia cristiana de todos los privilegios otorgados por la dinastía constantiniana.

Por ejemplo, suprimió las rentas concedidas al clero cristiano, al tiempo que decretó subvenciones a los que volviesen a los cultos clásicos, lo que no tuvo el éxito que esperaba. Anuló la jurisdicción episcopal, especialmente los edictos de exilio, por lo que los obispos arrianos pudieron regresar. A consecuencia de ello se produjeron actos violentos, en uno de los cuales fue asesinado el obispo arriano de Alejandría. Ante la oposición de los cristianos exilió a los obispos recalcitrantes, les impuso tributos especiales, confiscó los bienes eclesiásticos e incitó a motines anticristianos, por lo que resurgió el fantasma de la persecución contra los cristianos. Pero murió sólo dos años después, tras haber derrotado a los sasánidas, llegando a asediar su capital, Tesifonte, en una escaramuza, al ser alcanzado por una jabalina en la espalda. La tradición cristiana lo atribuye al asesinato por un soldado de dicha religión. Le sucedió el General cristiano Flavio Joviano, que anuló todos los edictos de su antecesor que restaban poder a su religión.

A su muerte, en el 364, el ejército aclamó a los hermanos Flavio, oriundos de Pannonia, valle del Danubio compartido por Austria y Hungría: Valentiniano, que era niceano, y Valente, que era arriano, quienes se repartieron los Imperios de Occidente y Oriente. Los diversos Estados coreanos mantenían intensas relaciones comerciales con Japón. Conforme se consolidan y refuerzan, económica y militarmente, las confrontaciones entre ellos se hacen más frecuentes, con la intención de establecer un dominio unificado en la península. Ante la situación de equilibrio se alían, unos con la dinastía Jan de China, y otros con el reino de Yamato, en Japón, que tenían aspiraciones expansionistas sobre la zona. Se produce, con ello, una intensificación de relaciones, que traen como consecuencia la llegada a Corea del alfabeto chino, y, con él, todo su acervo científico y cultural. Hasta el punto de que el buddismo se convierte en la religión oficial del reino Kokuryo, en Corea. En el 375, el rey huno Balamir expulsó a los ostrogodos entre el Don y el Dniester. Al otro lado de dicho río los visigodos comprendieron lo que se les venía encima. San Ambrosio (339/398) declarado Padre de la Iglesia, fue educado para desempeñar cargos oficiales.

Siendo gobernador de las provincias del norte de Italia, y aún catecúmeno, es decir, en preparación para ser bautizado, se le eligió obispo de Milán. Explicó el Antiguo Testamento eliminando los aspectos que pudieran parecer más escabrosos a los pacatos cristianos de aquella época, acudiendo a la orientalizante alegoría. Comprendió los problemas que el cesaro-papismo podía ocasionar, quizás porque vislumbró la posible disolución del Imperio, por lo que defendió la independencia de la Iglesia del Estado. San Jerónimo (345/420) otro Padre de la Iglesia, era un dálmata, de la actual Croacia, igual que Titus y Diocleciano. Se retiró al desierto, como eremita [9] llevándose su valiosa biblioteca. Fue secretario privado del obispo de Roma, Dámaso IIIº. Tanto entonces como cuando fue superior de un monasterio en Damasco, mantenía frecuentes contactos con sus amistades, entre ellas mujeres muy ricas [10] a todos los cuales incitaba al monacato. Tradujo la Biblia del griego al latín vulgar, por lo que tal obra se conoció como Vulgata, o divulgadora, añadiendo en tal tarea numerosos errores a los que ya contenía el texto griego, de los ptolemaicos.

San Agustín (354/430) otro Padre de la Iglesia, era númida, de la actual Marruecos. A pesar de ser hijo de cristiana su juventud fue de desenfreno. En el 375 se hizo maniqueo.


[1] En latín, “para ser vencidas”, antigua delimitación de la zona de influencia de los respectivos ejércitos en misiones de expansión territorial o consolidación de los nuevos territorios conquistados, hasta su traspaso, hipotético, al poder senatorial. Las dictaduras imperiales acabarían con tal esperanza.

[2] Palacios reales, del griego basileios, que significaba rey, jefe de tribu. En la época republicana, tanto en Grecia como en Roma, pasaron a ser locales de reuniones de la asamblea o ecclessiam, de los ediles, o constructores de templos, con dinero municipal, de los cuestores o censores, que investigaban las posesiones y conductas de cada cual para tasar sus impuestos, de los magistrados o jurados públicos y de votaciones.

[3] Donde el augusto, jefe de los augures, inauguraba el año romano, en el mes de marzo, dedicado a Marte, dios de la guerra, vaticinando éxitos a las tropas, que abandonaban la ciudad para iniciar la campaña, tras el deshielo, para estar de vuelta antes de la época de las cosechas, en el mes de junio, dedicado a la diosa Juno, equivalente a la turca Ceres, la de los cereales.

[4] En dichas escalinatas de algunos templos se sentaban los hombres para ver como se hacían flagelar los pecadores y pecadoras para redimirse. Como dicho espectáculo se consideró inmoral se sustituyó por representaciones teatrales de la mitología, tomando los teatros como referencia constructiva dichas escalinatas, curvadas, para ofrecer mejor visibilidad y acústica, y un proscenio encolumnado, originalmente imitación del templo griego que, en principio, quedaba a la espalda de los espectadores, y que, al cambiarlo de situación, servía para enmarcar a los actores y amplificar el sonido de sus palabras y cánticos.

[5] Esto significaba su reconocimiento como una religión oficial más. En el Panteón, o conjunto de todos los dioses reconocidos por el Estado, había un hueco, destinado al “dios desconocido”, para evitar la incongruencia que suponía cada incorporación de nuevos ídolos al mismo. Dicho hueco, con su peana, se interpretarían como la representación del Dios invisible de los cristianos. Terminaría convirtiéndose en un templo cristiano. De modo que los cristianos llegaron a participar del fondo pro-pietas, o “propiedad”, fondo para las obras pías (monto-pio, montepío o monte de piedad, incorrectamente traducidos) impuesto semejante a la liturgia griega, que se repartía entre todas las religiones. Desde entonces los cristianos lucharon por la prohibición de todas las demás, acaparando para ellos la totalidad de dicho impuesto.

[6] Tal vez Tarsis, habitualmente asimilada a Tartesos, estuvo en Saba. Aún en el Yemen hay varias ciudades que se denominan Tarsis o Turscha, como la llamaban los egipcios. Pero también en el Líbano. Según la Biblia la flota de Tarsis llevaba al Imperio del doble reino, de Israel y Judá, de los herederos de David, oro, marfil (que se emplearon para construir el Templo de Jerusalem y su mobiliario) pavos reales y monos, y parece imposible que España fuese un lugar destacado por tales exportaciones, que quizás proviniesen de la India.

[7] De cuyo nombre proviene el de la llamada “Ley sálica”, que prohibía que las mujeres pudieran heredar el trono. Parece que se trata de una fabulación de Hugo Capeto, Conde de París, para impedir que Matilde, duquesa de Aquitania, consiguiera el trono francés. Es cierto que todos los reyes francos fueron varones, pero es que entre ellos la monarquía era electiva, entre la nobelza militar o señores de la guerra, y su principal cometido era dirigir las tropas durante la batalla, por lo que parece lógico que no escogieran a mujeres.

[8] Tal vez llamados así porque se pintaban la cara con los colores de combate de su bandería, lo que la cinematografía ha confundido como si fuese tradición escocesa.

[9] El movimiento monacal, es decir, solitario, anacoreta, se había impuesto con fuerzo. Unos lo achacan a la influencia estoica, otros a influjos hindúes, otros a una vuelta a San Juan Bautista y los esenios. O, tal vez a la desmoralización surgida tras el triunfo del cristianismo, del que tanto se esperaba y tanto estaba defraudando a las clases populares, las que habían dado su vida y su sacrificio por su advenimiento. O por el ambiente de decrepitud, de decadencia, de angustioso fin del Imperio, de una era. El primero que comprendió los peligros que esto conllevaba fue Pacomio, que recomendó la vida comunitaria, no en soledad, la fijación de reglas estrictas, que impidiesen los desvíos, el exhibicionismo, los extremismos y actitudes individualizadas, que podrían considerarse demenciales. Rechazaba la actitud contemplativa, casi autista, de los estilitas, los que vivían sobre una columna, o en la copa de un árbol, o los areopaguitas, los que vivían en terrenos baldíos, como el areópago o plaza del mercado, esperando que les llevasen de beber y de comer, y proponía que, además de los sacrificios, era necesario la oración y el trabajo para acercarse a Dios y vencer las tentaciones. Con ello se anticipaba en mucho a San Benito.

[10] Es posible que de ello derive el mito de las tentaciones de San Jerónimo en la cueva, según el cual se le aparecía el demonio en forma de bellas mujeres, por lo que debía flagelarse, golpearse y hacer penitencia para no caer en la tentación ¿O para redimirse por haber caído?

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