1.095-De la lucha por las investiduras a la pugna territorial

En el 1.080 había conseguido triunfar en la guerra civil, por lo que el Papa volvió a excomulgarle, al no haber cumplido su promesa: es decir, se inmiscuía en el manejo del Estado alemán, en la guerra de clases que se estaba llevando a cabo. Al conseguir que se le avasallaran los normandos y Matilde de Toscana, toda Italia quedaba en sus manos. Pero quería más: reclamaba derechos feudales sobre la España cristiana, Córcega, Cerdeña, Hungría y Dalmacia. Es decir: un imperio papal. Sin embargo la realidad era distinta. Enrique IVº había derrotado a la alta nobleza, sustituyéndola por sus leales, y controlaba a casi todos los obispos alemanes e italianos. Así que reunió una asamblea de ellos que nombró Papa al arzobispo de Rávena, que tomó el nombre de Clemente IIIº. Al año siguiente, apoyado por las grandes ciudades italianas [1] y financiado por el emperador de Oriente, sitió Roma.

Berenguer Ramón IIº, apodado “El Fratricida”, porque, tras compartir el condado de Barcelona con su hermano Ramón Berenguer IIº Cap d’Estopes [2], lo asesinó, se alió al rey de Tortosa y Lérida en un pacto de defensa mutua contra el de Zaragoza, con lo que conseguía seguridad para repoblar las nuevas tierras conquistadas. El Cid, por el contrario, acudió en defensa de éste, su amigo. En el 1.081, el General y diplomático Alejo Iº Conmeno se hizo con el Imperio de Oriente. Ante las continuas derrotas en Sicilia, el Sur de Italia, e incluso en la costa oriental adriática, frente a los normandos, pactó con Venecia, la potencia naval emergente. Así, en el 1.082, controlaba el comercio marítimo de Bizancio, del cual estaban excluidos de impuestos. En el 1.084, Enrique IVº fue coronado emperador por “su” Papa, mientras Gregorio VIIº se refugiaba en el castillo de Sant’Angelo y pedía auxilio a Roberto Guiscardo. Cuando llegaron los normandos Enrique IVº tuvo que huir, pero el saqueo fue tan atroz que los romanos se sublevaron, obligándolos a volver al Sur, junto con Gregorio VIIº. Allí murió, plenamente consciente de que había fracasado en todo, muy al contrario de lo que la Iglesia católica propaga.

Se eligió Papa al abad de Monte Cassino, que tomó el nombre de Víctor IIIº. Tras llevar la frontera castellanoleonesa a la línea del Tajo, Alfonso VIº se vio insuflado de espíritu reconquistador. Tomó la fortaleza murciana de Aledo, lo que le hizo aspirar a una salida al Mediterráneo, impidiendo además el expansionismo aragonés y catalán. Así que asedió Zaragoza, lo que acabó con todas las divisiones y recelos andalusíes, quienes de inmediato pidieron ayuda a los almorávides [3], que habían unificado todo el Magreb. Yusuf ibn Tachufin trajo de Ceuta varios Cuerpos de Ejército, a los que se unieron tropas sevillanas, granadinas y pacenses. Alfonso VIº debió abandonar el sitio de Zaragoza y forzó la marcha para cortarles el paso. Se les enfrentó en Zalaca [4] en el 1.086, donde fue derrotado. Sin embargo supo defender la propicia frontera del Tajo. A la muerte de Víctor IIIº, en el 1.087, le sustituyó el prior de Cluny, que tomó el nombre de Urbano IIº. Coincidía en todo con Gregorio VIIº, aunque, quizás aprendiendo de la experiencia pasada, fue mucho más diplomático. Enrique IVº dio por fracasado su intento de conquistar Italia, por lo menos las posesiones de Matilde de Toscana.

Mientras tanto, Urbano IIº urdió el matrimonio de dicha condesa, de 44 años, con el hijo de Welfo Iº, duque de Baviera, que sólo tenía 17 años. Guillermo tuvo la inteligencia de dividir sus posesiones entre sus hijos. Lo hizo en términos tradicionalistas, por lo que, a su muerte, Normandía correspondió a su hijo mayor, Roberto, mientras que la nueva conquista, el reino de Inglaterra, se la entregó a Guillermo IIº “El Rojo”, mientras que el menor, Enrique, sólo sería compensado con efectivo y rentas. Esto creó un problema de lealtades feudales contrapuestas a los barones que poseían tierras a ambos lados del Canal, además de rivalidad entre los hermanos, que no comprendieron la conveniencia de dicha división. A la muerte del selyúcida Milik chaj [5], los altos funcionarios y la familiar real se repartieron el patrimonio del sultanato, desapareciendo las racionales bases administrativas de su poder, que quedó dividido entre el centro y Sur de Turquía, Siria e Irán, para subdividirse posteriormente en poderes regionales: las taifa se expandían por el dominio mahometano.

En el 1.093, Conrado, que había sido coronado por su padre como rey de Alemania, se hizo coronar rey de los lombardos. El duque de Baviera cerraba los pasos de los Alpes, de modo que Enrique IVº se encontró aislado en Venecia, sin reservas. En el 1.094, con la ayuda del rey de Zaragoza, el Cid conquistó Valencia. Sancho Ramírez, rey de Aragón y Navarra, cercó Huesca, en cuyo sitio murió, haciendo jurar a sus hijos que no desistirían hasta su conquista. En el 1.095, Alejo Iº, volvió a pedir ayuda al Papa. Urbano IIº convocó el concilio de Clermont-Ferrand, en Francia, que asumió la primera Cruzada y puso a todos los campesinos y animales de tiro bajo la protección de la Pax Dei, una organización eclesiástica especialmente reconocida en dicho país, que ampliaba el concepto de “santuario”: se comenzaba a plantear que la aristocracia era un peligro para la sociedad, que no respetaba los ideales caballerescos cristianos, que se negaba a cumplir el deber de vasallaje respecto del rey. En cambio se empezaba a comprender que la economía, y su fundamento, la clase obrera (y los animales de tiro) en sentido amplio, constituían el soporte, el sector productivo, el futuro, de la sociedad.

Europa pasaba hambre por entonces, por lo que muchos se alistaron [6]. En una Europa en guerras constantes, debido a la aristocracia militar, que ésta fuese a otro Continente se apoyó desde todas las instancias, con el objetivo de alejar dichas guerras. La literatura caballeresca, la búsqueda del Santo Grial, colaboraba en dicha visión. La economía, estancada, de pronto experimentó una reactivación sorprendente. Los graneros, cerrados a la especulación, se abrieron por solidaridad cristiana con el esfuerzo de la Cruzada. La hambruna cesó y el espíritu de resignación y desesperanza se sustituyó por una visión ilusa, que podría considerarse romántica. Cientos de miles de voluntarios se dirigieron a Hungría y Bulgaria. Después de muchos padecimientos muy pocos, completamente desorganizados, llegaron a Turquía, donde fueron aniquilados.

En el 1.096, el nuevo rey de Aragón y Navarra, Pedro Iº, tras la dura batalla de Alcoraz, consiguió entrar en Huesca. Quizás Guillermo “El Bastardo” también se había percatado de la estupidez de su primogénito, al que le vendría grande dominar el nuevo reino. Una razón más para repartirlo, para dejarlo en manos del segundón. Efectivamente a Roberto se le ocurrió apuntarse a la primera Cruzada, para lo que pidió dinero prestado a Guillermo IIº, su hermano, que, aprovechando su ausencia, se adueñó de Normandía, para “garantizar” el cobro de su crédito. Se organizó un segundo alistamiento cruzado, al que acudieron nobles franceses, incluyendo los normandos. Al llegar a Constantinopla, Alejo Iº les exigió juramento de fidelidad, porque sospechaba que los territorios conquistados no iban a pasar a su poder. El efecto sorpresa les llevó a sucesivas victorias sobre enemigos que les superaban en todo, pero que no fueron capaces de sobreponerse a ella. En el 1.097, a la muerte de Berenguer Ramón IIº, “El Fratricida”, le sucedió como conde de Barcelona su sobrino Ramón Berenguer IIIº, apodado “El Grande”, hijo del asesinado Ramón Berenguer IIº Cap d’Estopes.

A pesar de las destrucciones de las correrías almorávides, que, por dos veces, sitiaron Barcelona, consiguió hacer de dicho condado una gran potencia económica. Se casó con Dulce de Provenza, ampliando sus posesiones transpirenaicas, y conquistó Mallorca e Ibiza, aunque no pudo mantenerlas. Comprendiendo que la continua guerra civil acabaría con la dinastía de Riurik en el Gran Principado de Kiev, una serie de asambleas de príncipes acordaron que, a partir del testamento de Yaroslav, se respetasen las heredades paternas de cada cual. Aún así las guerras continuaron entre los distintos principados. Enrique IVº pactó con Welfo Iº el reconocimiento de la propiedad de éste sobre Baviera, a cambio de lo cual pudo volver a Alemania y coronar como rey de ella a su segundo hijo, Enrique Vº. Durante la Iª Cruzada, que duraría hasta el 1.099, y en la que no intervino Alemania [7], el normando Bohemundo, hijo de Roberto Guiscardo, conquistó Antioquía. Quebrantando el juramento de fidelidad hecho a Alejó Iº, por el que todos los territorios conquistados pasarían a la soberanía de Bizancio, estableció el Principado normando independiente de dicha ciudad, junto con los terrenos aledaños, lo que hoy es la costa siria.

Finalmente se conquistó Jerusalem, y, traicionando de nuevo el juramento de fidelidad a Bizancio, se organizó como reino independiente, del que el noble Godofredo de Bouillon, de Lorena, fue nombrado “Defensor del Santo Sepulcro”. Guillermo IIº trataba a los eclesiásticos como si fuesen laicos. Así también recaudaba entre ellos el “subsidio”, impuesto especial para subvenir la sucesión al trono, matrimonios, nacimientos y entierros en la familia real. Demoraba el nombramiento de nuevos obispos, quedándose con sus rentas mientras el cargo estuviese vacante, y, como una especie de soborno o compensación por los ingresos futuros, el primer año de las rentas del alto clero en los nuevos nombramientos. De esta forma el arzobispado de Canterbury quedó vacante durante 4 años. El nuevo nombrado protestó por lo que consideraba avasallamiento a la Iglesia. Así que fue desterrado. En el 1.100, a la muerte de Guillermo IIº, su hermano menor, Enrique, se volvió a anticipar al primogénito, apoderándose del trono de Inglaterra. Para consolidarse en el poder hizo grandes regalos a la Iglesia.

Entre otras cosas publicó una “carta” [8] por la que mostraba su rechazo a las arbitrariedades de su hermano Guillermo IIº, reconocía la libertad de la Iglesia y la vigencia de la línea política de su padre, Guillermo “El Bastardo/Conquistador”, y del antecesor de éste, Eduardo “El Confesor”. Es decir, todo un antecedente del constitucionalismo, aunque tampoco se obligaba a mucho. Consiguió que el arzobispo de Canterbury volviese a Inglaterra, aunque sólo por poco tiempo, porque, como se negó a jurarle fidelidad y se opuso a que invistiese a cargos eclesiásticos, tuvo que exiliarlo de nuevo. Obsérvese la de precedentes que se iban creando sobre el futuro anglicanismo. A Urbano IIº le sucedió Pascual IIº, que, viendo la situación propicia, volvió a excomulgar a Enrique IVº. A la muerte de Godofredo le sucedió su hermano Balduino, que, sin ningún tapujo, se proclamó rey de Jerusalem. En el 1.102, tras la muerte del Cid, y ante el peligro de un nuevo ataque almorávide, contra el que se veía incapaz de socorrer Valencia, que no era territorio limítrofe de Castilla, Alfonso VIº ordenó abandonarla.

En el 1.104, Felipe Iº de Francia llegó a un concordato por el que renunciaba a investir eclesiásticos con báculo y anillo, pero podía exigir el juramento de fidelidad si el elegido no era de su confianza, o negar la enfeudación de propiedades a la Iglesia. Es decir, una posición intermedia entre las potestades reclamadas por laicos y eclesiásticos. Y un antecedente del jansenismo y del galicanismo. Alfonso Iº, apodado “El Batallador”, sucedió a su hermano como rey de Aragón y Navarra. Viendo peligrar su trono [9], de acuerdo con el Papa y una conjura de nobles, Enrique Vº se enfrentó a su padre. En el 1.106 lo hizo prisionero y lo obligó a abdicar. Aunque Enrique IVº consiguió huir a Lorena y derrotarlo, murió ese mismo año. No fue enterrado en la catedral de Spira, junto con los demás emperadores salios [10], hasta cinco años después, en que se levantó su excomunión. Enrique Vº, al mando de un formidable ejército, conquistó el Norte de Italia, y consiguió que la marquesa Matilde de Toscana lo nombrase heredero de sus posesiones privadas y que Pascual IIº, a cambio de que renunciara a investir [11] a los eclesiásticos, aceptase que éstos y toda la Iglesia les devolvieran las regalías, prerrogativas civiles [12] y propiedades acumuladas.

Dicha propuesta era una especie de simonía al revés: la compra por dinero de la reversión del derecho a las investiduras eclesiásticas. Sin embargo la idea de Pascual IIº era la vuelta a una Iglesia pobre, evangélica, mendicante, espiritual. Algo que no podían aceptar ni los obispos ni la aristocracia. En Roma se desencadenó una guerra civil, durante la cual Enrique Vº apresó al Papa, obligándole a coronarlo emperador de Alemania y reconocer su derecho a seguir nombrando cargos eclesiásticos. En el 1.107 un concordato acordó que el cabildo eclesiástico inglés eligiese a los obispos, en el palacio real, y en presencia del rey o de un delegado suyo, al que juraban fidelidad, para recibir las propiedades eclesiásticas en feudo, y, después, fuese consagrado el elegido. En realidad poco cambiaba respecto de la investidura directa por el rey, puesto que la dependencia continuaba patente, pero se llegó a la conciliación para estimular a que el emperador alemán, que era el objetivo realmente perseguido, aceptase entrar en dicha senda.

Enrique IIº de Inglaterra designó un consultor jurídico que fiscalizaba al canciller: aunque su idea debió ser consolidar su propio poder, incluso desentendiéndose del gobierno directo, era la primera vez que se trataba de ajustar un comportamiento gubernamental a las normas establecidas. Tanto en la separación entre soberano y Gobierno como en esta visión legalista, era muy semejante a lo que ocurría en China. Inglaterra, sin embargo, avanzaba por tal camino hacia el constitucionalismo. Imitando al modelo francés, Enrique IIº instituyó una tesorería o exchequer [13], que, más tarde, examinaría las cuentas de los sheriffs, llegando a tener poder judicial para castigarlos. Para asegurarse la fidelidad de los mismos, escogió como sheriffs a caballeros de clase media. Frente a las injerencias de los barones contra tales cargos, organizó inspecciones y llevó a cabo destituciones. Luis VIº de Francia, hijo de Felipe Iº, llevó a cabo largas campañas contra los caballeros bandidos de los dominios del rey, demoliendo sus castillos o repartiendo sus propiedades entre sus leales: con ello la corona francesa comenzó  recuperar su poder. Era un antecedente de lo que harían los Reyes Católicos en las Hispanias.

Sigerio, su asesor, abad de Saint-Denis, mantenía el origen divino de la dinastía capeta, llamada a engrandecer Francia. Esto y las Cruzadas originarían un sentimiento nacionalista-religioso que repercutiría en el jansenismo y el absolutismo francés, perfectamente personalizado en la figura del Cardenal Richelieu. Además introdujo un impuesto directo como alternativa al servicio militar, una cancillería cortesana que nombraba a los funcionarios, y un Parlamento que funcionaba como tribunal supremo y administrador del presupuesto nacional. En el 1.108, Alfonso VIº no sólo perdió la batalla de Uclés, frente a los almorávides, sino que en ella pereció su único hijo varón. Al año siguiente murió él, recayendo el trono en su hija Urraca, viuda de Ramiro de Borgoña. Los almorávides, como habían previsto los que llevaban años oponiéndose a que se pidiera su “colaboración”, convirtieron todo al-Andalus en una provincia de su imperio, lo que remataron en el 1.110 con la conquista de Zaragoza, que ya no pudo contar con la ayuda del Cid y sus huestes. Los nobles y eclesiásticos gallegos proclamaron rey de Galicia, en el 1.111, a Alfonso VIIº, hijo de la reina de León y Castilla, aunque no tenía 5 años de edad.

Con un reino en rivalidades, que ya no contaba con los sustanciosos ingresos de las parias, Urraca se casó con Alfonso Iº “El Batallador”, según había concertado el padre de ella, Alfonso VIº, con la oposición de las aristocracias gallega y castellana, y de los eclesiásticos, que amenazaban con excomulgar o anular el matrimonio de los contrayentes, por ser primos terceros. El resultado fue una guerra civil, en la que se sucedieron batallas, rupturas matrimoniales y reconciliaciones. En 20 años, desde el 1.111, se unieron al condado de Barcelona los de Besalú, Cerdaña, Conflent, Berguedá y Perelada, avasallándosele prácticamente el resto de Cataluña. Comprendiendo el emperador bizantino, Alejo Iº, el poder que había otorgado a los venecianos, concedió a Pisa amplios privilegios comerciales. Todo ello logró la revitalización de sus exportaciones, con lo que pudo reconstruir una poderosa Flota. Todo lo cual impulsó la reactivación económica global. Con ello y la venta de numerosísimos cargos funcionariales y títulos nobiliarios de nueva creación, que supusieron el asentamiento del feudalismo y la corrupción en Bizancio, pudo costear un renovado ejército. Con él, en unión de los primeros cruzados, pudo obtener victorias contra los turcos.

En el 1.114, el emperador de Alemania, Enrique Vº, se casó con Matilde, hija del rey de Inglaterra. Alfonso “El Batallador”, se reconoció rendido, agotado, aceptó la ruptura matrimonial y abandonó sus pretensiones sobre Castilla-León, aunque conservó Toledo y otras plazas fronterizas, como base para sus planes reconquistadores, tras abandonar la infructuosa guerra civil. En este ambiente heredó el condado de Portugal Alfonso Iº Enriquez, sobrino de la reina de León y Castilla. En el 1.116 murió Matilde de Toscana, por lo que Enrique Vº volvió a Italia para apoderarse de sus posesiones. Pascual IIº revocó el privilegio de investiduras que le había otorgado, argumentando que lo hizo bajo amenazas. Así que Enrique Vº lo depuso y nombró antipapa a Gregorio VIIIº. En vista de ello, parte de los cardenales se refugiaron en Francia, nombrando Papa a Calixto IIº. En el 1.118, Alfonso Iº “El Batallador” consiguió rendir Zaragoza. Los almorávides ya daban síntomas de resquebrajamiento, por lo que realizó incursiones en su territorio. Al negarse Enrique Vº a llegar a un concordato similar a los acordados en Inglaterra y Francia, desde la seguridad de dicho país, un concilio en Reims, en el 1.119, lo excomulgó.

En el 1.121, Ibn Tumart, denominado Almohade [14] porque había predicado la unicidad de al-Laj, rechazando que se le dieran atributos, consiguió confederar a distintas tribus bereberes, para acabar con la tolerancia en que habían caído los almorávides. Por fin, en el 1.122, mediante el concordato de Worms, el Sacro Imperio Romano-Germánico renunciaba a imponer el báculo y el anillo, los emperadores asistirían a la elección de las dignidades eclesiásticas y las investirían de dignidades aristocráticas, tras lo cual serían consagradas, como se hacía ya en Inglaterra. Sin embargo en Italia y Borgoña no habría influencia imperial en la elección, y la investidura temporal sería posterior a la consagración. A pesar del concordato, los obispos alemanes continuaron siendo grandes señores feudales. Tal vez más, en un intento de dominarlos, de comprarlos. Sin embargo ahora se sentían suficientemente independientes, sin posibilidad de ver revocado su nombramiento, por lo que se hicieron incontrolables. En Italia, en cambio, la ventaja la obtuvieron los grandes núcleos urbanos, que evolucionaron hasta convertirse en ciudades-Estados, como en tiempos de los griegos o antes de los reinos etruscos y la república romana.

En el 1.123, el primer concilio de San Juan de Letrán confirmó el concordato. No obstante, Enrique Vº se lanzó a la invasión de Francia, para acabar con el baluarte desde el que la Iglesia lo había derrotado. Una revuelta en el Este, tal vez tramada por la Iglesia, lo obligó a retroceder. A su muerte, en el 1.125, Polonia, Hungría y Bohemia eran prácticamente independientes de Alemania. La nobleza, para dejar patente que ya no iban a respetar los derechos dinásticos, no eligió a su sobrino, Federico de Suabia, sino al duque de Sajonia, Lotario, sin ninguna relación de parentesco con él, con el apoyo de su yerno, el duque de Baviera, Enrique “El Soberbio”, cabeza del partido güelfo. Rápidamente pidió la confirmación al Papa Honorio IIº, que debía estar interesado en acabar con el poder hereditario alemán. Sin embargo éste aún aprovechó la situación para exigir, a cambio, más concesiones a la curia. Los Hohenstaufen se quedaron con los bienes patrimoniales del emperador. En el 1.125, los kitan conquistaron Pekín. El emperador Jui-tsung se alió con los yu-chen, tribus cazadoras y pastoras de Manchuria y reconquistaron Pekín. Pero los yu-chen comprendieron la debilidad de sus aliados, volviéndose contra ellos.

Así que conquistaron todo el Norte de China, las provincias de Chansi y Junan y la cuenca del Joan-jo [15], que constituyeron como reino Chin. El emperador y su heredero murieron prisioneros en Manchuria. El hermano del emperador ocupó el trono, trasladando la capital a Nankín. El imperio había perdido, en total, un tercio de su extensión, incluidas sus mejores tierras. Sin embargo, sorprendentemente, ni la prosperidad económica ni cultural, ni la estructura social china se vieron alteradas, porque la mayor parte de la población emigró hacia el Sur. En el 1.126 murió Urraca, por lo que su hijo Alfonso VIIº fue coronado rey de Castilla y León. De inmediato conquistó las plazas castellanas que se había reservado su padrastro, Alfonso Iº “El Batallador”, así como las leonesas anexionadas por los condes de Portugal. Tales éxitos insuflaron sus sueños imperiales. Bohemia juró fidelidad al nuevo emperador alemán. Unos años después lo haría Borgoña. Sin embargo, en el 1.127, los Hohenstaufen nombraron rey a Conrado IIIº, hermano de Federico de Suabia.

A la muerte de Honorio IIº, en el 1.130, en el mismo día, los cardenales, con dos visiones distintas, nombraron a dos Papas: Inocencio IIº, un austero sacerdote, y Anacleto IIº, más rico, por lo que consiguió el dominio de Roma y el apoyo de los normandos. Inocencio IIº huyó a Francia, con el apoyo de Inglaterra y Alemania. Abd al-Mu’min, sucesor de Ibn Tumart, se apoderó de casi todo el imperio almorávide, expandiéndolo por todo el Norte de Africa, por lo que se proclamó califa. En Marrakech y en Sevilla se construían los enormes y gemelos minaretes de sus mezquitas mayores: la Kutubiyia y la Giralda, ambas obras del arquitecto Guever, si bien la última quedó modificada por el desprendimiento de las cuatro esferas superpuestas de bronce dorado, por un terremoto, y la adición, ocultando su remate en cúpula, de un cuerpo de campanas y una gigantesca Victoria (Niké, posteriormente considerada Victoria de la Fe o Santa Fe, cristianizándola) al estilo griego, más bien veneciano, de bronce dorado, como veleta, mucho después de la conquista de la ciudad andaluza por los castellanos.

Tanto los selyúcidas como sucesivas poblaciones nómadas turcas, al asentarse al sur del Mar de Aral, se convierten en escalones de protección, de todos modos simplemente temporales, de la floreciente Persia frente a las invasiones de los pueblos esteparios del Norte de China. Las continuas guerras proveían gran cantidad de esclavos, parte de los cuales pasaban a la guardia personal, la administración o el servicio secreto, de vigilancia, del califa de Bagdad. Esto se revelará como un terrible peligro en el futuro: a pesar de que en su nombre se acuñan las monedas y por su vida se reza en las mezquitas, el califato es sólo un poder nominal. El feudalismo se expande también por las zonas mahometanas. A los gobernadores de las provincias se les asignaban las rentas de determinados territorios, igual que a los jefes de la guardia. Conforme el poder del califa se debilitaba y los turcos tenían cada vez más, convirtieron tal derecho en propiedad hereditaria, lo que estimuló el constante independentismo. En la India se había perdido cualquier idea de unidad o conexión nacional. El sistema de castas impedía cualquier forma de colaboración interclasista, haciendo que la mayoría de la población se desentendiera de la colaboración en la pervivencia del Estado.

Los distintos reinos, suficientemente fuertes cada uno como para ofrecer resistencia a los turcos, se combatían entre sí, preparando la situación de debilidad que permitiría la conquista mahometana. Bajo tales premisas, Majmud, hijo del “esclavo turco” Subuk Teyin, que había conseguido la independencia de Jazni, dominaba un imperio desde el Mar Caspio hasta el Punyab, estableciendo su capital en Lahore. Los jaznavíes llevaron a la India la estrategia de la “guerra total”: la población civil era masacrada, esclavizada o vendida, se incendiaban sus ciudades y sus templos, y se les forzaba a aceptar el mahometanismo, algo que los árabes nunca hicieron. Este sistema terrorista acabó con la capacidad de resistencia hindú. Para los mahometanos, Majmud de Jazni es uno de los mayores estrategas y monarcas de la historia. Pero, para los hindúes, sólo sembró el odio hacia el mahometanismo que perdura hasta la actualidad. La gran mortandad masculina, en la que basaron su dominio, y el odio generado, serían las bases para la imposible resistencia hindú a las futuras invasiones. Lahore se convirtió en el centro cultural mahometano y persa.

En el 1.133, Lotario envió un ejército para que Inocencio IIº pudiese volver a Roma, a cambio de lo cual consiguió su coronación imperial en San Juan de Letrán, puesto que San Pedro seguía en poder de Anacleto IIº. Además restituía el feudo del ducado de Toscana al emperador y a Enrique “El Soberbio”. El normando Roger Iº, hijo de Roberto Guiscardo, conquistó Sicilia, tratando con tolerancia a los mahometanos. Su hijo, Roger IIº se aprovechó del cisma consiguiendo que Anacleto IIº le cediese los feudos de Apulia y Calabria, con lo que se proclamó rey. Cuando Lotario retiró su ejército para someter a los Hohenstaufen, Roger IIº conquistó todo el Sur de Italia, su Flota se adueñó del Mediterráneo, y obligó a Inocencio IIº a coronarlo rey, tras lo cual el Papa huyó de nuevo de Roma. Lotario legó el reino y el ducado de Sajonia a su yerno, el güelfo Enrique “El Soberbio”, duque de Baviera, que también poseía la Toscana. Quizás sólo por eso, para impedir que volviera a implantarse la monarquía hereditaria, los nobles ratificaron como rey al contrincante de éste, Conrado IIIº, al que apoyaron los eclesiásticos, tal vez por temor a al inmenso poder que iban acumulando los güelfos.

El duque de Baviera se negó a jurarle fidelidad, y Conrado, seguro del apoyo con que contaba, lo desposeyó de sus ducados y lo desterró.


[1] Se comienza a fraguar la pujanza de unas repúblicas comerciales, que buscaban su propia autonomía, su propio protagonismo, equidistante de los imperios alemán, bizantino y papal, aliándose con unos u otros alternativamente. Y todo ello suponía poner en duda el dominio religioso.

[2] “Cabeza de Estopa”, por su espesa cabellera rubia pajiza.

[3] Mus-al-rabit, hombre de la rábida o rápita, en referencia a los conventos-fortalezas que estos fanáticos monjes musulmanes se vieron obligados a construir en el desierto, para protegerse de los ataques de beduinos y bandoleros. Imitaban, en ello, el espíritu de las órdenes religiosas-militares cristianas, como los Teutones, que habían conquistado Polonia, o los defensores del camino de Santiago, o se adelantaban a los hospitalarios o Templarios de Tierra Santa. Originariamente eran bereberes mauritanos, islamizados por el malikí Ibn Yasin, fundador de la secta, que aplicaba literalmente el Corán.

[4] La actual Sagrajas, en Badajoz.

[5] Los angloparlantes y quienes les imitan escriben “sha”, título tradicionalista de los reyes de Persia y otros reinos asiáticos.

[6] El lema para conseguir enganche multitudinario fue ¡Dios lo quiere!, traducción literal del árabe inch al-Laj, que habían gritado los fanáticos de la yijad o sacrificio (no Guerra Santa, como se acostumbra a traducir, erróneamente, por similitud con las Cruzadas cristianas) durante la expansión mahometana.

[7] Cuando los cruzados la atravesaron se dedicaron a perseguir a los judíos.

[8] Es decir, un plano, un mapa, menú, minuta, listado, relación o tabla programática o de privilegio. Este es el origen etimológico de las futuras “Cartas Magnas” o “Grandes Privilegios reales”, o sea, otorgados por el rey.

[9] Recuérdese que previamente había sido coronado como rey de Alemania su hermano Conrado.

[10] La dinastía salia, de los francos salios, o sálica, a quienes se achaca la ley sálica que prohibía heredar el trono a las mujeres.

[11] Investir es revestir, imponer la vestidura, la vestimenta, el traje o atributos de la dignidad o cargo encomendados. En todo el mundo es el origen de lo que en España, por una deformación del lenguaje, llamamos invertir o inversión, que significaría realmente verter hacia dentro, hacia el interior de algo, dar la vuelta o revolver hacia el interior, poner boca abajo, poner del contrario.

[12] Es decir, los fundamentos por los que los eclesiásticos se consideraban aristócratas, además de por sus lazos familiares, en la mayoría de los casos, y, por tanto, vasallos del emperador.

[13] Este nombre proviene la recaudación de un impuesto a los escoceses. Sus delegados empleaban los cuadros de las mantas que utilizaban como capas o colchonetas, y que habitualmente llevan cruzadas sobre el hombro, a la forma bandolera, para situar en ellos los sucesivos montones de monedas y así hacer multiplicaciones o divisiones. A los ingleses les parecía que estaban jugando al ajedrez o a las damas, cheques o écheques. Sólo tras tal comprobación o “chequeo”, libraban los pagos, los “cheques”, hacían el excheque.

[14] Deformación del árabe al mus uajidum, “el hombre unitario”, derivación de uaje, que significa “uno”.

[15] El río Amarillo, por el color de sus aguas, que arrastran sedimentos de arcilla, en su curso medio y final.

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