0376-Un Imperio dividido y en larga agonía

Al comienzo de nuestra Era, una serie de pueblos ribereños del Mar Báltico iniciaron una emigración hacia el Sur, que, al confluir con el desplazamiento hacia el Oeste de los hunos, produjo el efecto carambola que, entre otras razones, acabaría con el Imperio Romano de Occidente. Se han dado varias explicaciones sobre estos desplazamientos poblacionales simultáneos: un cambio climático con descenso de temperaturas, desertización de pastizales, expansión demográfica, extinción de la caza, o, también, ambición por las riquezas que se suponían a los romanos. Esto último no parece creíble, puesto, al principio de tales migraciones, el Imperio Romano se presentaba como una potencia victoriosa, imposible de derrotar. Por otro lado resulta difícil explicar cómo se produjo la expansión demográfica previa a tales migraciones. Téngase en cuenta que eran tribus cazadoras y pescadoras, que no practicaron la agricultura hasta que no se acercaron al Imperio Romano y se influenciaron por los conocimientos técnicos agropecuarios de éste.

Otra explicación que se da es el avance tecnológico, basado en la caballería y la siderurgia, que les permitía forjar y templar largas, afiladas y puntiagudas espadas, que no se mellaban, rompían ni despuntaban, mucho mejores que las romanas, que, al carecer de tales características, debían ser cortas y romas. Sin embargo dichos avances sólo los consiguen tras sus contactos con los hunos, los cuales, a su vez, los tomaron de los chinos. Y ya para entonces se había producido el inicio de las migraciones y la expansión demográfica. Para mí la única explicación posible es que el Mar Báltico, al inicio de dicho periodo, no estuviese conectado con el Mar del Norte [1], sino que fuese un lago interior, formado en una depresión por el acúmulo de la última glaciación, y el posterior deshielo. Aún hoy el Báltico es el mar comunicado con un océano menos salado del mundo. Si mi hipótesis fuese correcta, algo que, según creo, aún no se ha estudiado convenientemente, una elevación del nivel de las aguas del Océano Atlántico habría producido un efecto catastrófico, al inundar inmensas planicies, acabando con la vegetación y la caza en la zona, lo que dejaría sin soporte vital, en todos los sentidos, a una considerable población.

Entre ella se encontraban las tribus de los luyios o luyiones [2] que integraban a dos grupos fundamentales: los jastings [3] o jasdingos y los silingos, entre otros. Su nombre colectivo cambió a vandulios, que parece una deformación ocasionada por la preposición del genitivo, determinativo o locativo germano. Después se transformó en vandalios [4]. Tras largos años de guerras contra los suevos terminaron derrotándolos: desde entonces éstos y los vándalos jasdingos actuaron siempre en confederación, haciéndose difícil establecer una distinción entre ellos. En el siglo IIº, empujados por los godos, con quienes a veces luchaban y otras se aliaban, se establecieron en la región del Mar Negro. Tras varias guerras con los godos, en el 167, bajo el mando de Roa [5] y Rapto [6], cruzaron el Danubio, pactando con el Imperio Romano su asentamiento en Panonia, como federados. Pero los longobardos se les habían adelantado y parece que no pudieron o no quisieron expulsar a éstos de allí, prefiriendo renegociar con los romanos su reasentamiento al Norte de la Dacia, en la actual Servia, donde se establecieron en el 171.

En el 376 los visigodos negociaron con Valente, emperador romano-cristiano oriental, el establecimiento de su población, unas 70.000 personas, en Moesia, bastante estéril, al Norte de los Balcanes, como federados, es decir, aliados, como había hecho Roma con las distintas tribus y poblaciones italianas, durante su expansión en la península, con la obligación de prestarles servicio militar. Ese mismo año el obispo Wulfila [7] los convirtió al cristianismo. Tal vez con el apoyo del emperador, que viese en ello un modo de garantizar su lealtad. Pero lo hizo desde la perspectiva arriana, la que él y el emperador defendían. Los visigodos pronto tuvieron hambre, entraron en conflicto con el Imperio, tal vez por la aceptación o no de imposiciones imperiales, que podrían considerar vasallaje, y, sin que nadie se lo pudiese impedir, bajo el mando de Fritigermo, reforzados por hunos y alanos, en el 378 se dirigieron directamente contra Constantinopla. Valente pidió ayuda a Graciano, emperador de Occidente, pero éste ya se encontraba bastante ocupado defendiendo sus fronteras de los alamanos. Valente recibió promesa de otros apoyos de otras tribus y tropas, con cuya garantía se enfrentó a Fritigermo en Adrianópolis, a poca distancia de Constantinopla.

Los refuerzos prometidos no llegaron a tiempo y, por entonces, a un emperador romano no se le podía pasar por la cabeza huir, dentro de su propio territorio. En la batalla se impuso la superioridad de la caballería germana, y Valente murió. Fue una tremenda conmoción: el Imperio no era invencible. Había sido derrotado en su propio terreno. Los bárbaros del Norte no eran sólo unos seres incultos y molestos, que se obstinaban en arremeter repetidamente contra una frontera fortificada, como las moscas contra un cristal: habían demostrado que, militarmente, su eficacia era comparable a la de los romanos. Ya los cristianos habían negado la superioridad cultural -lo que puede tacharse de disparate- y, sobre todo, moral, de aquellos, tildándolos de “paganos”. Ahora los romanos eran cristianos. Roma, la pecadora, cuya destrucción y desaparición se profetizaba, como antes los hebreos habían predicho de Nínive, Babilonia y Persépolis, entonces era cristiana, y volvía a considerarse, nuevamente, la ciudad eterna, que siempre sobreviviría, foco de cultura y, ahora, de cristiandad. Pero resulta que el enemigo, los visigodos, también eran cristianos. Cierto que eran arrianos, pero Valente también lo era ¿De qué lado estaría Dios?

Según algunas fuentes, en Adrianópolis murieron 25.000 legionarios, en un solo día: el Imperio no pudo sustituir tal cantidad de tropas, ni siquiera mediante la recluta obligatoria, forzosa. A partir de entonces se hizo imprescindible la alianza con unas u otras tribus bárbaras: el Imperio precisaba la ayuda de los que antes despreciaba. En el 379 el emperador de Occidente, Graciano, nombró emperador de Oriente a Flavio Teodosio, dux o duque de Moesia, donde en el 374 había derrotado a los sármatas, como sustituto de Valente. Era hijo del comite o conde Teodosio el Viejo, y. al parecer, natural de Itálica u otra localidad de la Bética próxima a ella, y no de Coca, en Segovia, como se viene indicando desde la antigüedad. Posiblemente estuviese emparentado con Trajano, siquiera fuese por línea adopcional, lo que explicaría su matrimonio con Aelia Flaccilla. Su nombramiento quizás estuvo influido por senadores y cortesanos hispanos y galos cristianos “católicos”, que pretendían mermar el apoyo al arrianismo. Llenó su corte de consejeros hispánicos. Ambos emperadores, pactando el apoyo de algunos godos [8], consiguieron empujar al resto a sus puntos de partida, aunque mediante capitulaciones con contrapartidas.

Los visigodos regresaron a Moesia, y a los ostrogodos se les entregó Pannonia. Seguirían francos de impuestos, pero ahora se les confirió autonomía plena y una soldada por sus servicios de defensa de las fronteras, prohibiéndoseles los cultos paganos. En el 380, Teodosio se bautizó, promulgó el edicto de Tesalónica, por el que declaraba al cristianismo religión oficial del Imperio de Oriente, y la primacía de los obispos de Roma y de Alejandría sobre todos los demás, especialmente sobre el de Constantinopla, para cortar fuerza al arrianismo, lo cual, paradojas de la Historia, terminaría siendo la causa del cisma de oriente. En el 381 renunció a su cargo de Pontífice Máximo de Júpiter. Con ello los cultos “paganos” perdieron cualquier apoyo oficial: los bienes de dichas religiones fueron confiscados, y sus templos destruidos. Interpretando a su antojo el concepto de “paganismo”, se asesinó a muchos filósofos, sobre todo en Azenas, donde el cristianismo cosechaba continuos fracasos en sus intentos proselitistas.

En 68 años el cristianismo había pasado de ser religión proscrita a proscribir a las demás (incluso hasta a parte de ella, considerada herética, desviada, de la suya propia) y a ser la religión única del Estado, lo que Eknatón no llegó a conseguir en Egipto, ni siquiera los judíos en su reino. Quizás porque ni los tiempos ni los ritmos habían sido los apropiados. Ese mismo año convocó el concilio de Constantinopla, por el cual a los obispos de dicha ciudad [9] y de Alejandría se les confirió la categoría de patriarcas. Al considerar la importancia que tales cargos adquirían, el emperador influyó en sus nombramientos y deposiciones. En el 383, Magno Clemente Máximo, pariente lejano de Teodosio Iº, se sublevó en Britannia, se hizo proclamar emperador de Occidente por sus tropas y las galas, marchó con ellas hacia Italia y asesinó a Graciano. Desde entonces la desguarnecida Britannia no pudo detener las incursiones de pictos y escotos. Los Generales de occidente designaron a Flavio Valentiniano, hermanastro del fallecido. Ese mismo año San Agustín llegó a Roma, como profesor de retórica. En el 384, Teodosio reconoció a Valentiniano IIº y San Agustín obtuvo una cátedra en Milán, donde asimiló el influjo de San Ambrosio y, simultáneamente, de los neoplatónicos.

Se bautizó el mismo día que su hijo. A partir de su escepticismo se apartó de las corrientes heréticas y teorizó sobre el poder del pecado, la necesidad humana de la salvación y el poder de la gracia divina para conseguirlo, todo lo cual impregnó la Edad Media y terminaría influyendo en Martin Luther. Ese mismo año se decretaba el buddismo como religión oficial del reino coreano de Paikche. En el 388, Teodosio logró apresar a Máximo. Valentiniano se instaló como emperador en las Galias, cerca de las fronteras que debía proteger y alejado de la peligrosa península italiana, bajo la tutela del General franco Arbogasto. Teodosio edificó la Puerta de Oro de Constantinopla, que daría nombre a la ciudad e incluso a los sultanes turcos, que se denominarían Puerta [10] Sublime. Y tambien iglesias monumentales, con amplios espacios diáfanos para acoger multitudes, por lo que comenzaron a proliferar las cúpulas, semiesféricas o rebajadas, imitando al Panteón [11] de Roma, que después utilizarían también los mahometanos y el barroco. Los mosaicos dejaron de pavimentar los suelos y se elevaron al revestido y embellecimiento de paredes.

En la polémica sobre si El Cristo era o no Dios, su imagen se fue haciendo habitual, hasta que el Padre llegó a ser también representado, violando las tradiciones judías [12]. En el 390, San Ambrosio, tras la matanza de Tesalónica, excomulgó a Teodosio, prohibiéndole la entrada en los templos. Este, para conseguir su absolución, debió humillarse haciendo penitencia pública, así como decretar la oficialidad del cristianismo en todo el Imperio –invadiendo las competencias de Valente en su porción imperial- en el 391, y la prohibición de todas las demás religiones en todo el Imperio, en el 392, lo que se consideró una merma insoportable de libertad por los optimates. Ese mismo año Valente fue asesinado, y Arbogasto, de acuerdo con francos y alamanes, proclamó emperador de Occidente al retórico Eugenio: era la primera vez que los bárbaros, no ya las tropas imperiales, nombraban un emperador romano. Y lo hicieron escogiendo a un filósofo, no a un militar. Tal vez para poder controlarlo mejor. Sin embargo éste logró  el apoyo de los patricios para restaurar la religión clásica. Teodosio invadió Occidente, Eugenio fue derrotado y muerto, Arbogasto se suicidó, y el Imperio fue nuevamente unificado, por última vez, bajo un emperador único.

La victoria fue muy cruenta: ambos ejércitos sufrieron cuantiosísimas pérdidas, muy difíciles de reemplazar, lo que debilitó, aún más, la capacidad de resistencia romana para los envites a los que debía enfrentarse. Teodosio comprendió que un imperio unificado era demasiada tarea para sus hijos, que ya le habían demostrado su escasa capacidad, más aún porque, en un esfuerzo megalómano, aún había expandido más sus límites. Así que volvió a dividirlo a su muerte, en el 395.


[1] Como, actualmente, tampoco lo están con ningún otro los llamados Mar Muerto, Mar Caspio o “mar” de Ural.

[2] Su significado aún no está esclarecido. Se han propuesto las alternativas “mentirosos” y “confederados”.

[3] Este nombre se refiere al linaje de la dinastía de sus reyes, y parece significar “larga cabellera”. Quizás “pelos de punta”.

[4] Posiblemente porque dicho nombre significaba “los que cambian” (¿comerciantes?) o los “hábiles”, con lo que eliminarían cualquier interpretación como “mentirosos”.

[5] Parece que significa “Tubo”.

[6] Parece que significa “Viga”.

[7] ¿“Pequeño Lobo”, “Amante de los Lobos”, “Hijo del Lobo”, en germánico latinizado o helenizado?

[8] Era una situación semejante a la de la invasión de Persia por Alejandro Magno, cuando se enfrentaron tropas griegas por parte de ambos contendientes, de un bando como mercenarios y del otro enardecidos por derrotar a un inmenso imperio y conquistarlo, lo que produjo imprevistos problemas de deslealtad.

[9] Se les denominaba, popularmente, Pope, “padrecito” o “papaíto”, nombre que, más tarde, se extendió a todos los clérigos ortodoxos.

[10] Lo cual crea una serie de similitudes curiosas. En turco atta significa “padre”, en vascuence ata significa “puerta”, y, en vasco moderno, aita es “padre”, mientras que Aitor puede interpretarse como ancestro, antecesor legendario de los vascos, padre confesor o Dios Padre. Hay traducciones de textos iberos en los que se refiere “pasar la puerta” como el tránsito a la vida de ultratumba. En los “panteones” familiares, es decir, recintos mortuorios, donde los vivos se reunían para comer una vez al año cerca de sus muertos, etruscos, siempre hay pinturas con tales escenas, siempre reclinados en sus triclinos, a veces de orgías funerarias, en las que aparece, al fondo o en una esquina, una puerta entornada que muestra parte de su otro lado oscuro. Recuérdese que hay relaciones idiomáticas entre bereberes, iberos, etruscos (posible deformación de e-turs-cum, o sea, “los turcos de Anatolia”; según la Eneida los romanos descienden de Eneas, que huyó de la destrucción de Troya, situada en Turquía) turcos, caucásicos y armenios, todos los cuales parece que estuvieron influidos, étnica y culturalmente, por los que huyeron de la desertización del Sahara.

[11] Aunque así diseñado para que ningún dios, de ninguna religión, tuviese preeminencia, posteriormente se colocó el pedestal y la estatua del emperador divinizado en su centro.

[12] Sin embargo se conservan dibujos y relatos de que, cuando Nabucodonosor destruyó el primer templo de Jerusalem, también derribó y destrozó una estatua de Yajvej.

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