1.556: El Rey ¿Prudente?

Con este último los portugueses lograron un acuerdo para establecer factorías comerciales. Es necesario reflexionar sobre lo propicio de la situación que los portugueses se encontraron en un Sudeste asiático tan dividido, sin lo cual su proeza habría sido imposible. En 1.549, los birmanos invadieron el Norte de Tailandia, conquistando su capital. San Francisco Javier, uno de los cofundadores de la Compañía de Jesús, comenzó a predicar en la isla japonesa de Kyuchu. En 1.550, el mongol Altan Jan volvió a forzar la Gran Muralla China, y llegó a los muros de Pekín, para cobrarse de los impuestos que se le “debían”, aunque se retiró gracias a la habilidad diplomática china. Mauricio de Sajonia cambió de bando, y pactó con Enrique IIº ceder a Francia el vicariato imperial de Toul, Metz y Verdún, lanzándose contra Innsbruck, de la que tuvo que huir el emperador. Tales circunstancias le forzaron a liberar a los dos príncipes prisioneros y a garantizar la libertad religiosa, hasta la decisión de la próxima Dieta, a cambio de que se deshiciese la alianza con Francia. Es lo que se conoce como “ínterin de Ausburg” o tolerancia religiosa hasta tanto se concluyese el lento concilio trentino-boloñés y el catolicismo adoptase una postura definitiva e inapelablo sobre la cuestión, si bien todo el mundo sabía perfectamente cuál terminaría siendo ésta, por más que el kaiser Karl V se empeñase en conseguir un consenso. Entre las cuestiones permitidas estaban la comunión bajo las dos especies y el matrimonio de clérigos, lo cual les iba a poner en la obligación de pasarse a las filas lutheranas cuando el Concilio prohibiese, una vez más, dicho comportamiento. No obstante, el emperador no pudo recuperar las ciudades perdidas. Su visión imperial, propiamente alemana, era de guerras. La experiencia le demostraba que no había otra forma de “acabar” con el “problema” religioso. Y su hijo, el príncipe Felipe, no parecía la persona adecuada para hacerlo, puesto que no sentía la menor inclinación hacia las armas, y su trágica experiencia amorosa y matrimonial lo tenía sumido en la depresión. Un soldado mon de su guardia asesinó a Tabinchuejti. Le sucedió su cuñado Bayinnaung, que consiguió mantener unida Birmania con la ayuda de los portugueses. Incluso expandió sus fronteras anexionando algunos principados tai en el Norte y el Este.

Sin embargo, sus sucesores, extremadamente débiles, no pudieron impedir la sublevación de los siameses. Luís De Velasco sustituyó a Antonio Mendoza como Virrey de Nueva España. También será destacable su labor consolidadora. Se fundaron la Universidad de Méjico, a la que Carlos Iº y Felipe IIº otorgarían privilegios y rentas, y la de San Marcos, en Lima. Desapareció la brillante industria sedera mejicana, tras diez años de existencia. En 1.552, el Consejo de Regencia inglés editó un libro de oraciones obligatorio para todos, en el que se mezclaban elementos lutheranos, calvinistas y zunglianos. El estrechamiento de la alianza entre Inglaterra y España alarmó a Enrique IIº de Francia, que intensificó la guerra contra Karl V. Iván IVº conquistó el janato de Kazán. San Francisco Javier intentó comenzar la evangelización de China, pero murió en un islote de la bahía de Cantón, sin poder hacerlo. Inglaterra aún quería respetar los Tratados existentes, por lo que se intentó descubrir pasos norteños hacia la India y China. Hugh Willoughby navegó por el Artico, tratando de descubrir un paso hacia el Noroeste desde el Atlántico hasta el Pacífico, lo que entonces se demostraría imposible sin rompehielos. Sin embargo, un navío al mando de Richard Chancellor llegó hasta el Mar Blanco, entró en contacto con Iván “El Terrible” y fundó la Muscovy Company o “Compañía Moscovita”. En 1.553, a la muerte de Eduardo VIº, heredó el trono inglés su hermanastra Mary Tudor. Los últimos años de Solimán estuvieron muy mediatizados por su bella esposa rusa, Roxolana, y el Gran Visir, su yerno. Las intrigas de éstos le llevaron a ordenar el asesinato de su primogénito, Mustafá. Quizás para ponerlo a prueba, dándole experiencia bajo su responsabilidad personal, sin necesidad de rendir cuentas a nadie, y de modo irreversible, no como las anteriores experiencias temporales, Carlos Iº abdicó en su hijo Felipe Iº el reino de Nápoles. Parece que la razón fue para acabar con la oposición de la aristocracia inglesa al matrimonio de éste con su reina, ya que entonces sólo era príncipe y duque, lo que se consideraban títulos inferiores. Es curioso que, en el caso de las esposas, no se tuviesen tales remilgos. Tampoco los habría para los matrimonios de las futuras reinas.

Pero la perspectiva de que Inglaterra pasase a ser una posesión más de los Habsburg, y que se instaurase en ella la Inquisición para acabar con el anglicanismo concitaba cualquier tipo de argumento en contra. En 1.554, por razones de Estado, del imperio, su padre le impuso el matrimonio, cuando tenía 27 años, con su tía María Tudor, prima del emperador, reina de Inglaterra e Irlanda, entonces de 38 años. Atizada por el espíritu revanchista de prelados católicos, en contra de los consejos del Papa, del emperador y de su propio esposo, el futuro Felipe IIº, la reina Mary retiró sus rentas a unos 10.000 clérigos que habían contraído matrimonio, y reemplazó por católicos a los obispos protestantes. El Parlamento, que continuaba siendo sumiso, derogó todas las leyes anticlericales de su padre. En 1.555 fue elegido Papa Paulo IVº, noble napolitano hijo de los condes de Carafa y nieto del último conde de Montorio al Vomano, que se demostró completamente contrario al poder español en Italia. Así Enrique IIº se encontró con un aliado que no esperaba. Sin embargo sus campañas militares no tuvieron el éxito que apetecía. La Dieta de Augsburg, contra cuyas decisiones protestó (es decir, las rechazó, se negó a admitirlas, a que consolidasen derechos) solemnemente, produjo a Karl V la mayor decepción de su vida. Confería a la Iglesia Reformada lutherana (no a la calvinista) los mismos derechos que a la católica, a los príncipes los de imponer su religión a sus súbditos, aunque a éstos se le “concedía” el “derecho” a huir “libremente”, sin ser estorbados, a las tierras que deseasen, en función de su religión (el emperador también se oponía a ello) pero los clérigos católicos, tanto si huían como si cambiaban de religión, perdían su cargo, sus propiedades y rentas eclesiásticas: todo un estímulo para que permaneciesen en sus puestos y “creencias”. En las ciudades en las que no hubiese una mayoría clara se impondría la paridad. Posiblemente no se hubiese llegado a ello (al menos hasta la guerra de los treinta años, un siglo posterior) sin el intento centralista o federalista del emperador, que aglutinó la resistencia en su contra: era el fracaso de toda la lucha de su vida.

Esto, unido a la gota, que le sumía en una dolorosa invalidez, a la pérdida de Bugía, en el Norte de Africa, y al derrumbe financiero del mayor imperio de su época, que le enfrentaba a las vergüenzas de la bancarrota o del resellado depreciativo de la moneda castellana, a la muerte de su madre, que ha pasado a la historia como Juana “La Loca” (aparte de algunos desvaríos a partir de las infidelidades de su esposo y de su viudez, negarse a que enterrasen a éste, pasearlo por toda Castilla en una larga procesión, abriendo repetidamente el féretro y besando al cadáver, hoy se duda de dicha locura: sus decisiones políticas no fueron erróneas; es posible que sospechase que habían envenenado a Felipe Iº y querían mantenerla incomunicada; tampoco su hijo tenía interés en rehabilitarla, lo que le obligaría a cederle el trono) enclaustrada en un convento, en Tordesillas, casi de por vida, con quien compartía nominalmente la corona, en una especie de regencia, de tutoría, impropia, de hijo a madre, sin que hubiese sido incapacitada en ningún momento, posiblemente le sumiese en la depresión anímica. Quizás fuese eso lo que le llevó a abdicar los Países Bajos en su hijo Felipe IVº, que ya era Iº de Nápoles, donde, variando las críticas de juventud que había hecho de la política del emperador, había seguido su ejemplo, pero mostrándose como un rey prudente. Carlos Iº pensó retirarse a al-Jambra (“la Roja”, nombre concordante con Garnata al-yejud, o de los judíos, como la llamaron los árabes, o Torres Bermejas, por el color de su tierra) destruyendo palacios nazaríes para construir su palacete renacentista, especialmente diseñado para que pudiese dar discursos a la oficialidad de su ejército con perfecta acústica. Pero temió que hasta allí pudiesen llegar los piratas berberiscos, que asolaban la costa granadina. Así que decidió esperar la muerte enclaustrado en el monasterio de Yuste, cercana a la frontera portuguesa, desde donde intrigó con sus espías para conseguir para su hijo dicho reino, cuya herencia era incierta. La reina Mary inició la persecución de los protestantes, quemando vivos a 300 clérigos y políticos de dicha religión.

Por tal motivo pasaría a la historia como Bloody Mary, la “Sangrienta (o también la Sanguinaria, Sangrante, o Ensangrentada, lo que se presta a juegos de palabras de tipo sexual, como el “cola de gallo” o cock-tail a base de vodka y jugo de tomate) María”, de modo injusto, ya que no llegó a las orgías de sangre de su padre. Turquía, tras una campaña de siete años, conquistaba Armenia, Georgia (a medias con Irán, ya que aquella debía rendir vasallaje a ambos sultanes) Azerbaiyán y parte del Cáucaso, consolidando su dominio en Mesopotamia. El safaví Tajmasp Iº se quedó con Irak y los principados de Anatolia oriental, lo que permitía que los chiítas volviesen a visitar los santos lugares irakíes, así como Medina y La Meca. Como Portugal no demostró, en principio, un destacado interés por Brasil, el hugonote Villegaignon concibió un dominio francés antártico, en el Sur del Atlántico, conquistando alguna de las posesiones lusitanas, durante 8 años. La colonización portuguesa de iberoamérica fue muy distinta a la española. Por ejemplo, en principio, no edificaron catedrales, no fundaron universidades, no hubo una regulación jurídica semejante y la proporción de esclavos negros fue muy superior. No hubo un intento colonizador, ni siquiera de explotación, salvo la búsqueda y recolección de determinadas plantas salvajes para tintes (que era la idea básica de la legendaria Isla de Brasil) desde el inicio, y, cuando se hizo, fue de modo discontinuado. Originalmente se utilizó el método de las capitanías donatarias para recompensar a los descubridores y colonizadores destacados. Más tarde se organizó una administración semejante a la de las Indias orientales, con 13 capitanías dependiente de un Capitán General, con sede en Bahía. Desde el principio se pretendió reproducir una sociedad feudal, sin considerar los peligros que esto suponía, lo cual añade una diferencia más a la colonización española. En 1.556 murió San Ignacio de Loyola. Por entonces había provincias jesuitas en Japón y Brasil. Carlos Iº abdicó del resto de sus posesiones españolas en su hijo Felipe IIº, que ya era Iº de Nápoles y consorte de Inglaterra e Irlanda, y IVº de Flandes, y el Imperio Alemán en su hermano Fernando Iº.

Así que Carlos Iº, criado en Gantes, sin saber español, haber estado antes en España ni conocer nada de los españoles, consiguió el trono español, y su hermano, criado por su abuelo Fernando IIº de Aragón, conocedor del español y de España, se quedó con el imperio alemán, sin haber sido educado para ello. Sin embargo se ha divulgado que Carlos Iº decía que se comunicaba con Dios en latín, con sus súbditos en castellano, con las mujeres en francés (se supone que salvo con las de su familia, con las que lo haría en castellano o portugués) y con su caballo en alemán. Ya había pasado una primera depresión con la prematura muerte de su esposa, Isabel de Avis, Infanta de Portugal, cuando ésta tenía 36 años. También le ocurrió lo mismo a Felipe IIº a la muerte de su primera esposa, su prima hermana María Manuela de Portugal, muerta a los 18 años de edad. Felipe IIº ofreció a Enrique IIº la tregua de Vaucelles, que le era ventajosa, por lo que la aceptó. El Papa lo interpretó como un signo de debilidad, de agotamiento, por parte del imperio español, por lo que intrigó para deshacer dicha tregua, preparando un ejército para expulsar de Italia a los españoles. Felipe IIº envió al duque de Alba, desde Nápoles, en lo que pareció que iba a ser otro saqueo de Roma, a pesar del apoyo francés al Papa. Sin embargo Felipe IIº no era tan impetuoso como su padre, y consideró que las circunstancias políticas y religiosas habrían hecho peligrar al catolicismo. Enrique IIº de Francia, empujado por sus nobles, en especial Francisco de Guisa, de la línea colateral de la casa de Lorena, quien había conseguido algunas victorias contra las tropas imperiales en la campaña anterior, tal vez con la idea errónea de que Felipe IIº era un rey débil, contrario a las “soluciones” militares, invadió Italia. Pero, si de joven había solicitado a su padre que cediese en negociar con los protestantes antes que llegar a una guerra abierta, la responsabilidad de la corona y verse obligado por los acontecimientos, le hizo poner en juego la capacidad de sus ejércitos e invadir al país atacante por el Norte, que tan buen resultado le había dado a su padre (así como a Alemania, en tres ocasiones consecutivas, aunque las dos últimas terminó derrotada, pero por los aliados de los franceses) con lo que obligó a las tropas francesas a retirarse de Italia. La reina María, forzada por su esposo, implicó a su país en dicha guerra.

Ibak se hizo con el poder del janato de Sibir, que se extendía por Siberia, impidiendo el comercio directo, y lucrándose de la intermediación, entre Rusia, Mongolia y China. Para consolidar su poder ofreció el enfeudamiento a los zares de Moscú, que, con ello, en teoría, por primera vez, extendían sus dominios al Este de los Urales. El zar de Moscú conquistó el janato de Astraján, con lo que podía considerarse el heredero de Yenguis Jan. Sin embargo, imponer el auténtico dominio significaba incumplir el pacto feudal y, por consiguiente, la guerra. Rusia aún no se veía capaz de ello. Fueron los stroganov, boyardos de Novgorod, quienes tuvieron la osadía de intentarlo, tomando como base las minas de sal y comercio de pieles que explotaban en dicho territorio. Jumayun murió al caerse en su biblioteca. Akbar consiguió el trono del imperio mogol en la India, aunque las guerras sucesorias aún durarían 20 años más. Era un hombre de altura media, regordete e impetuoso, aunque sabía dominarse, de una cultura extraordinaria, a pesar de que era analfabeto, y aficionado a las polémicas religiosas. Llegaría a construir un edificio para ello, en el que el trono estaba situado en el centro de una galería circular, de forma que podía escuchar todas las discusiones de todos los religiosos, sunníes, jainitas, parsis, hindúes y cristianos, invitados a ello, además de evidenciar que el soberano estaba por encima de todos. Instituyó una nueva nobleza militar, dividida en 33 grados, a la que no se pagaba un sueldo, sino enfeudándoles tierras, con cuyos impuestos debían mantenerse, así como a un determinado número de jinetes a sus órdenes. Para impedir que se convirtiesen en centros de poder, los trasladó cada dos o tres años. Recaudó impuestos sobre la producción y el consumo, pero, sobretodo, del comercio, la acuñación de moneda, las herencias, los derechos arancelarios e impuestos personales. La dificultad de valorar los productos y beneficios, las peculiaridades locales, las malas cosechas, etc., le llevó a imponer cuotas tributarias. Los impuestos personales sólo gravaban a judíos, cristianos e hindúes, por lo que los suprimió. En total recaudaba cinco millones de rupias al año. Además recibía las tierras enfeudadas a funcionarios y militares a la muerte de éstos. El protocolo palaciego exigía la entrega regular de regalos valiosos.

La reforma tributaria estimuló la economía, particularmente la industria, llegando a cierto grado de autarquía relativa. En 1.557, Felipe IIº logró la victoria de San Quintín. Los portugueses se establecieron en la deshabitada isla de Macao, frente a Cantón. Aprendiendo de su anterior experiencia actuaron con mayor prudencia y diplomacia, restableciendo sus relaciones comerciales con China. Con ello monopolizaron el comercio con dicho imperio y con Japón, y entre ambos. En 1.558, Felipe IIº triunfó de nuevo contra los franceses, en Gravelinas. Sin embargo, su esposa, Mary, perdió Calais, último reducto inglés en tierras continentales: fue el culmen que inyectó en los ingleses el odio a todos los papistas. Su rendición fue tan precipitada que algunos contemporáneos sospecharon connivencia de la aristocracia inglesa, contraria al dominio católico. Murió la reina Mary, tal como deseaban sus súbditos protestantes, a los 42 años de edad, quién sabe si envenenada, sin haber tenido hijos, igual que todos los descendientes de Enrique VIIIº (y su hermano primogénito) incluso él mismo tuvo dificultad en conseguir descendencia, por lo que el Parlamento inglés nombró reina a su hermanastra Isabel. Esta, anglicana, había salvado su vida haciendo ver que había vuelto al catolicismo. Posiblemente fuese Felipe IIº quien debía haber continuado como rey, pero no era eso lo que pretendían los anglicanos. Y entonces estaba demasiado ocupado en Francia como para plantearse la invasión de Inglaterra. Los que habían huido de la persecución religiosa de la reina Mary, volvían ahora con ideas mucho más radicales de los demás países protestantes del Continente, y exigían una restitución inmediata de sus derechos, incluso una profunda reforma social. Muchos de ellos eran miembros del Parlamento, lo que hacía escorar la posición de éste hacia el puritanismo. Durante el siglo siguiente esta situación estallaría en una auténtica revolución. Asesorada por William Cecil, y con el apoyo del radicalizado Parlamento, cubrió las 25 sedes episcopales que estaban vacantes, de un total de 26. Para impedir que su cuñado, el rey de España, tratase de reclamar el trono, le dio esperanzas de contraer matrimonio con él.

Iván IVº emitió un “documento de propiedad” que autorizaba a los stroganov a fundar ciudades, monasterios y fortalezas, reclutar y mantener ejércitos, a cambio de explorar y colonizar “todo el continente”. Iniciaban la exploración los cazadores de martas cibelinas, es decir, siberianas. Les seguían los comerciantes de pieles. A continuación colonizaban las tierras tramperos y campesinos. A éstos les seguían los demás comerciantes y tropas, para protegerlos y consolidar los dominios. Utilizaron, sobre todo, a los kosacs (siervos fugados de Rusia o Ucrania, que habían formado comunidades militares autónomas, que elegían a sus propios jefes, y se alquilaban como mercenarios en cada campaña; el término puede derivar del túrquico kussac, significando “aventurero”, “hombre libre”) para someter a las tribus nómadas. En 1.559 se llegó al Tratado de paz de Cateau-Cambrésis, entre Felipe IIº y Enrique IIº. Por él, Inglaterra perdía Calais, cerrando definitivamente la guerra de los “cien años”, que, en tal caso, sería de más de doscientos. Perdidas sus aspiraciones continentales se la alentaba a lanzarse a las rutas de ultramar y atajar las fuentes de riquezas hispánicas. El Parlamento inglés aprobó una nueva Ley de Supremacía por la que la reina perdía la cabeza de la Iglesia Anglicana, y pasaba a ser su administradora o gobernanta. Una Ley de Uniformidad exigía que todos los cristianos asistieran a la liturgia, aunque no era obligatoria la comunión. Tales leyes, igual que el oracional, aproximaban la Iglesia Anglicana al calvinismo. Sin embargo no hubo una oposición fuerte, ya que no se persiguió a los que defendiesen otras ideas. Sólo a los que se opusiesen a la soberana. Conseguido esto, Isabel Iª disolvió el Parlamento, que se había convertido en un peligro, un contrapoder, más que una ayuda. No volvería a convocarlo hasta 17 años después. Cuando Felipe IIº comprendió que su negociado matrimonio con Isabel Iª de Inglaterra sólo era un bien urdido engaño, cambiando radicalmente la política de tres generaciones de antecesores, y pretendiendo evitar más guerras, se casó con Isabel de Valois, de sólo 14 años, primogénita de Enrique IIº, cuando su prometido tenía treinta y dos. Sin duda fue una victoria para el palaciego “partido católico” francés, encabezado por Francisco de Guisa, que, además, había conseguido influencias sobre el joven Delfín.

En los torneos durante la boda de la hija del rey de Francia, el duque de Lancaster no cambió su lanza, agrietada por el envite anterior, de modo que, al nuevo intento, ésta se partió, hizo palanca y penetró, astillada, por la rejilla del yelmo de oro de Enrique IIº, llegando al cerebro, a través del ojo. Tras tres días agónicos, falleció. Este hecho es la más clara profecía del judío Michel de Nostradamus (“Nuestra Señora”, aunque masculinizado, de París) aunque, como no se ha podido encontrar un solo ejemplar de la primera edición, se duda si ésta no fue retirada y destruida por el propio editor, quizás porque no pudo venderla, y que fuese incluida por él tal cuarteta en las siguientes ediciones, todas ellas posteriores a tal hecho. Heredó el trono su hijo Francisco IIº, bajo la regencia de la reina viuda, Catalina de Médicis. Se fundó en Ginebra una academia para predicadores y pastores de almas calvinistas. Federico IIº fue coronado rey de Dinamarca. Bajo la jefatura de Nurjasi los manchúes federaron a las naciones de la Larga Montaña Blanca, del Mar Oriental y los julun, tras un periodo de guerra en el que los chinos actuaron de árbitros, marcando líneas de demarcación que evitaran enfrentamientos. Los tunguses, dirigidos por su cúspide aristocrática y terrateniente, se organizaron militarmente, a imitación de las guarniciones chinas de la frontera. Mientras un número de ellos entraba en campaña el resto cuidaba de sus haciendas. El calvinismo se extendió por el occidente alemán, Francia (donde se les conoció como “hugonotes”, deformación del alemán eidgenossen, “confederados”, posiblemente aludiendo a los suizos, y que celebraron en París su primer sínodo nacional) Países Bajos, Inglaterra, Escocia, donde fue reconocido en 1.560, Polonia y Hungría. Erik XIVº fue coronado rey de Suecia. Conquistó Estonia y expulsó a los rusos del Báltico. Todo ello le llevó al enfrentamiento con su hermanastro Juan, que había heredado el ducado de Finlandia, y se casó con Catalina Jagellón, hija del rey de Polonia, entonces en guerra con Suecia, por lo que fue acusado de alta traición y aprisionado en un castillo, junto con su esposa, aunque con trato principesco.

El engrandecimiento de los Guisa y de los hugonotes, encabezados por Antonio de Navarra, de la casa de Borbón, se retroalimentaba mutuamente, provocando temor cada parte entre sus oponentes. A la muerte de Francisco IIº heredó la corona francesa su hermano Carlos IXº, de sólo 10 años, sobre quien el partido católico tenía menos ascendencia, bajo la regencia de la reina madre, Catalina de Médicis. Esta se mostró decidida a imponer su poder sobre católicos y hugonotes, en una incoherente política de bandazos. Así llegó a promulgar el Edicto de Saint Germain, que suponía cierto reconocimiento de éstos. Durante la batalla de San Quintín, celebrada el día de San Lorenzo, las tropas francesas buscaron refugio en una ermita, alegando el derecho de santuario. Los españoles, incumpliendo tal norma, la bombardearon y destruyeron. Felipe IIº tenía remordimientos de conciencia sobre ello, por lo que trató de compensarlo erigiendo un inmenso monasterio, en honor a San Lorenzo, que entregó a la Orden de San Jerónimo, en el desierto montañoso de El Escorial, así denominado por sus pedregales. El diseño del arquitecto Herrera, sobrio, soberbio, pétreo, estaba flanqueado por cuatro torres miradores, y lo formaba una cuadrícula perpendicular que dividía muchos patios interiores. Muchos lo consideran una parrilla (donde fue asado San Lorenzo) puesta boca abajo, aunque, para mí, es la forma más lógica de diseñar un edificio de grandes proporciones cuando no existía luz eléctrica ni aire acondicionado. Imitando a su padre decidió residir allí. Esto engrandeció a Madrid, que se convirtió en la residencia de los cortesanos. Pero sumió a la monarquía española en el aislamiento. Las estrictas normas monásticas impedían el acceso de nadie hasta la realeza. Sólo quienes los jerónimos y los jesuitas, sus confesores, desearan, podían ver al monarca y tenían garantizada su influencia. Ni la reina ni sus hijos, ni menos sus amantes, podían entrar en el recinto conventual, por lo que residían en palacios y casas de los alrededores. Ogier Ghislain de Busbek llevó a Europa occidental tulipanes salvajes de Anatolia. En Holanda, dada su fácil reproducción y adaptación climática, se les sometió a procesos de selección e hibridación.

Laos y el resto del reino Norte de Tailandia acordaron una alianza que sería incumplida por los laosianos, de modo que sólo sirvió para su engrandecimiento temporal, imponiendo sus exigencias a sus aliados. Los hugonotes franceses fundaron Charlesfort (“Fuerte Carlos”) en Florida, que debieron abandonar, debido a su inexperiencia como colonos y a la falta de apoyo de la metrópoli. El Edicto de Saint Germain encolerizó al partido católico francés, que, en 1.562, organizó la matanza de 23 hugonotes en la granja de Wassy, donde se habían reunido para celebrar sus cultos, prohibidos en ciudades según dicho edicto. Con ello comenzaron ocho guerras de religión en Francia, que, con algunas treguas, durarían 36 años, asolando el Norte y el Oeste del país. La nobleza quedó tan diezmada que, al siglo siguiente, Richelieu no tuvo dificultad para acabar con la oposición aristocrática. Los hugonotes siguieron la política federalista de los príncipes protestantes alemanes, que tanto les interesaba. Con ello se entretejía la defensa de la reforma religiosa con intereses de clase, de facción y regionales, en un entramado político-religioso ¿Ha estado alguna vez la religión alejada de la política, bien fuese para invocar ideas revolucionarias o, más frecuentemente, conservadoras, reaccionarias? Para la centralista monarquía francesa el calvinismo se presentaba como una sublevación aristocrática, un intento de retorno a la Edad Media, de consolidar los derechos feudales. Muerto Jean Cauvin, Calvino para los españoles, su sucesor, Theodore de Beza, defendía la legitimidad del tiranicidio, basándose en el derecho natural, que debía tender a la verdad y la justicia humanas (¿Antecedente de los derechos humanos? ¿De las tesis de Spinoza, que terminarían adoptando los jesuitas?) cuando estaban en peligro la paz, la libertad de la fe o la voluntad de Dios -¿Pueden los hombres oponerse a la voluntad de Dios? ¿Desea Dios imponer su voluntad interfiriendo sobre la libertad de los hombres? ¿Sería, en tal caso, el hombre responsable de sus actos, si sus decisiones estuviesen mediatizadas por la voluntad de Dios?- lo que parece absolutamente contradictorio con la predestinación. Sin embargo, según la concepción medieval, el monarca era depositario divino de la salvaguarda de la justicia y la paz.

Así que los reyes de Francia vieron en dicha tesis radical una amenaza directa, más allá de un discurso teórico. Teniendo en cuenta que Inglaterra, Hessen y el Palatinado apoyaban a los hugonotes, y España a los católicos, cada parte consideraba a la otra traidora a la Patria. Contando con abundante financiación, el almirante Coligny y Enrique de Guisa siguieron adelante con la devastadora guerra. La Compañía de Jesús tomó las riendas efectivas del Concilio de Trento-Bolonia, en su fase final, con nuevos decretos de reforma interior, que reforzaron la autoridad del Papa. Tomaron el control de los colegios y la enseñanza de la ciencia, y actuaron como confesores de los principales dirigentes católicos. Esto, unido a la teórica obediencia personal al Papa, tantas veces incumplida, y real a su General de la Orden, según sus votos, y la profunda penetración psicológica, mental, e ideológica, que ensayaban en sus ejercicios espirituales, les daba un dominio político que emplearon para impulsar la contrarreforma, incluso influyendo en el empleo del ejército con tal fin. Se eliminaron los limosneros y recaudadores de indulgencias: si se hubiese hecho 45 años antes quizás se habría conseguido evitar la ruptura. Claro que tampoco podría haberse construido el actual Vaticano. Fernando Iº pactó vergonzosamente una tregua con el imperio turco, por la que se hacía tributario suyo. Esto le hacía depender de las recaudaciones y reclutas, al no poder costear un ejército mercenario, lo que impedía una política intransigente respecto de los protestantes. Erik XIVº quiso recuperar los territorios escandinavos ocupados por Dinamarca, lo que supuso el inicio de una guerra, en 1.563, que, después de siete años, dejaría exhaustos a ambos países, sin conseguir ningún resultado práctico. A la muerte de Fernando Iº Habsburg, en 1.564, su hijo, Maximiliano IIº, se negó a proclamar en su imperio las resoluciones del Concilio de Trento-Bolonia, el último que se celebraría hasta el Vaticano Iº, cuando el Papa estuviese precisado de ayuda por el asedio de los garibaldinos a Roma, tres siglos después. Los birmanos organizaron una irresistible ofensiva contra el reino Norte tailandés. La guarnición se entregó sin lucha para evitar sacrificios inútiles.

En 1.565, la persecución religiosa iniciada por Carlos Iº, y la imposición de los decretos tridentinos por parte de Felipe IIº, aumentando el número de obispos y seleccionándolos adecuadamente, hicieron que el movimiento independentista, originariamente aristocrático-burgués, se convirtiese en una auténtica rebelión popular flamenca, en la que se lanzaron a destruir imágenes. Hicieron frente a la misma los condes Egmont y Orange. Sin más base en la que apoyarse que la aristocracia militar, Iván IVº “El Terrible”, la reforzó, al tiempo que limitó los poderes de príncipes y boyardos, que se le oponían.  Creó la oprichnina, la primera policía secreta totalitaria. Con ello llegó a la práctica del terror. Hernando De Soto y Menéndez de Avilés exploraron La Florida. Este último fundó San Agustín, la ciudad más antigua de los actuales Estados Unidos. En 1.566, sobre la base del acuerdo entre Zürich y Ginebra, de unificación de sus ideas respecto de la eucaristía, se fundó una Iglesia nacional suiza, que sirvió para consolidar un sentimiento nacionalista unitario que aglutinase la organización cantonal. Los turcos intentaron la conquista de Malta, que defendieron los tercios españoles. Los andalusíes granadinos se rebelaron por el continuo incumplimiento de las capitulaciones y la persecución religiosa. Se refugiaron en Las Alpujarras, a donde las tropas de don Juan de Austria, hermanastro del rey, no pudieron penetrar, por lo que incendió el bosque de moreras. Se supone que 300.000 andaluces murieron en el fuego. La industria sedera andaluza desapareció, quedando sólo la valenciana. A la muerte del emperador Fernando de Austria, Juan IIº Zápolya intentó extender su jurisdicción sobre el Norte de Hungría, lo que provocó una nueva guerra europea, en la que murió Solimán “El Magnífico”. Le sucedió Selim IIº, hijo de Roxolana.

A partir de entonces los sultanes otomanos se desentendieron del Gobierno, que las intrigas de harén fueron dejando en manos del Gran Visir, de las esposas reales, de los eunucos de la Corte y los jefes jenízaros, sucesivamente. Sin embargo, contra lo que cabría esperar, a pesar de algunas derrotas, los turcos conservaron la hegemonía en el mundo mahometano hasta el fin de la Iª Guerra Mundial, gracias a una magnífica elección de visires, cortesanos y altos funcionarios (quizás también de esposas) inteligentes.

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